miércoles, 31 de diciembre de 2014

Los Lujos del Inca

Al soberano Inca les gustaba vivir lujosamente. Cada uno se hacía construir un palacio propio pues ninguno residía  en el que perteneció a su antecesor. Eran imponentes edificios de piedra magníficamente canteada y ensamblada, con patios rodeados de habitaciones y albercas de agua caliente y fría donde  bañarse.

Todos los objetos que usaba en su vida diaria eran de oro y plata, incluso el trono, un asiento bajo hecho de oro macizo.  Vestía bellísimas túnicas confeccionadas expresamente  para él  por las acllas o vírgenes escogidas. ¿Quiénes eran estas mujeres? Las más hermosas adolescentes, de entre 10 y 14 años, recogidas de todas las provincias del imperio y enclaustradas en las Aclla Huasi o Casa de Escogidas a disponibilidad del Inca,  la principal de las cuales estaba en Cuzco. Una de sus tareas era confeccionar las túnicas del Inca en la tela que denominaban cumbi. La hacían con pelo de vicuña, la fibra animal más fina existente, que hilaban, teñían de diversos colores y finalmente tejían formando vistosos dibujos, a veces entretejiendo la fibra con hilos de oro y ensartándole piedras preciosas. Cada túnica era una joya, sin embargo, el Inca la vestía sólo una vez; jamás usaba dos veces la misma.

¿Y cómo se movilizaba el Inca, señor tan exquisito,  en una región del mundo donde no había animales de tiro y se desconocía la rueda? El cronista Pedro Cieza de León nos  cuenta de qué manera:
Cuando... salía a visitar… su reino iba por él con gran majestad... sentado en ricas andas, armadas sobre unos palos lisos, largos, de maderas excelentes, engastonadas en oro y en argentería; y de las andas salían dos arcos altos hechos de oro, engastonados en piedras preciosas...
Como el Inca viajero deseaba tener privacidad,   caían unas mantas algo largas por todas las andas de tal manera que las cubrían todas… y, a menos que él lo quisiera, no podía ser visto, ni alzaban las mantas sino era cuando entraba y salía…. Y para que le entrase el aire y él pudiese ver el camino había en las mantas algunos agujeros.

¿Y quién cargaba las andas? Las llevaban en hombros…  señores, los mayores y más principales del reino… entrenados en caminar con pié seguro y paso acompasado.
En rededor de las andas… iba la guarda compuesta por gran número de hombres armados con alabardas y hachas y otras armas, de los cuales unos marchaban  adelante y, otros, atrás.
A lo largo de todo el camino iban indios limpiando, quitando cualquier  obstáculo que pudiera ocasionar un tropezón, y por los lados… iban corredores fieles descubriendo qué había…

Así viajaba el Inca y andaba cada día cuatro leguas, aproximadamente unos 25 kms.

Una horrenda plaga

A comienzos de 1531 Francisco Pizarro acompañado por sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, y llevando 180 hombres más 37 caballos,  zarpó  de Panamá por aguas del Océano Pacífico para concretar una de las conquistas más extraordinarias de la Historia: la del Reino del Perú,  nombre con que los españoles llamaron al Tahuantinsuyu o Imperio Inca.

Años atrás había explorado la costa sudamericana por lo que su objetivo era llegar al puerto de Túmbez, pero, como cuenta el cronista Garcilaso de la Vega, no le fue posible por el viento sur. Por este motivo resolvió desembarcar  y continuar la exploración por tierra, pero se encontró con una de las naturalezas más malsanas y hostiles al ser humano a causa de los muchos ríos, cenagales y falta de alimento. Así hasta que llegaron a un lugar llamado Coaqui, situado apenas al sur de la línea del Ecuador donde, para su contento, él y sus compañeros encontraron no sólo comida, sino unas estupendas esmeraldas; sin embargo, pronto se lamentarían de haberse quedado en él:

Nos cuenta el cronista que a muchos de los hombres se les recreció… una enfermedad extraña y abominable, y fue que les nacían por la cabeza, por el rostro y por todo el cuerpo, unas como verrugas que… creciendo, se ponían como brevas… y del tamaño de ellas; pendían de un pezón, destilaban… mucha sangre, causaban grandísimo dolor y horror… colgaban de la frente,… de las cejas,… del pico de la nariz, de las barbas y orejas; no sabían qué les hacer. Murieron muchos; otros muchos sanaron.


En ningún otro sitio a donde llegaron los acometió a  los expedicionarios una peste semejante, pero todos quienes la padecieron o presenciaron jamás se olvidaron de ella. Es otro caso, entre los muchos que relatan las crónicas de la conquista, digno de ser estudiado por la medicina moderna.

sábado, 27 de diciembre de 2014

La gran revolución de la conquista

Quizás, hasta el presente,  la  revolución más profunda   que ha habido en nuestro planeta fue la originada por el descubrimiento, conquista y colonización de América por España.

Se produjo a partir de  1493 en que Colón fundó en Santo Domingo la primera ciudad hispana, base de la expansión hacia el continente: América del Norte desde el sur de actual Estados Unidos; América  Central  y del Sur  hasta los ríos Maule, Diamante  y de la Plata en Chile y Argentina. Más de 4.000.000 kms2 en total.

En 1513 los españoles descubrieron el Océano Pacífico y, desde entonces, el mundo supo que no sólo había un  nuevo continente, sino también un nuevo océano. Paralelamente,  dieron la vuelta al mundo y extendieron su imperio hasta las Islas Filipinas.

Uno de los hechos más interesantes que protagonizaron durante su conquista del continente americano fue de carácter cultural: Impusieron  la lengua española y, simultáneamente, fueron incorporando a ella palabras tomadas de las distintas lenguas aborígenes que conocieron. He aquí algunos ejemplos:

Del área antillana: maíz, caníbal, caribe, huracán, hamaca, butaca, cacique, canoa, sabana, barbacoa, tabaco, cimarrón.

Del área azteca: petate, chocolate, cacao, chili, tamal, cayote, tomate, sisal, caucho o hulli, mescal, marihuana.

Del área andina: puma, cóndor, pampa, vincha, poncho, chacra, curaca, pucará, caschi, mishi, ututo, chirimoya, palta, poroto, coca además de nombres geográficos como Incahuasi, Cachi, Alpachiri, Cocha.


Hoy usamos a diario todas estas palabras sin saber que son resultantes de una intensa transculturación entre conquistados y conquistadores, que comenzó en el siglo XVI.   

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Descripción de Cuzco

Cuenta Pero Sancho, secretario de Francisco Pizarro, que cuando los españoles llegaron a la ciudad de Cuzco quedaron deslumbrados. La describe como  grande y  bella…, toda conformada por casas señoriales ya que la gente pobre no vive en ella. Cada señor hacía fabricar su propia mansión y lo mismo disponían los caciques de los pueblos conquistados por los Incas aunque no residieran permanentemente. La mayoría  estaba construida en piedra y la más imponente era la que perteneció a Huayna Cápac, el último gran emperador. También  había construcciones  con cimientos de piedra y muros de adobe, levantadas con muy buen orden, flanqueando calles rectas…, todas pavimentadas. Se extendían hasta las faldas de los cerros  y Sancho calculó que sumaban unas 100.000.

Al centro de la ciudad se encontraba la plaza, trazada en cuadro,… pavimentada con piedras pequeñas. Allí se realizaban mercados a los que acudían gentes de toda la comarca llevando sus variadas producciones;  se reunía masivamente la población para las grandes celebraciones y para  las convocatorias de guerra.

Dos ríos pasaban a ambos costados de Cuzco y corrían canalizados entre muros de cantería y por lechos pavimentados, de modo que el agua fluye clara y limpia y, aunque el caudal crezca, no se desborda. Sobre estos ríos están tendidos los puentes por los cuales se entra a la ciudad.

Al sudeste de ella se levantaba el bellísimo Inticancha o Templo del Sol,  principal santuario del imperio, ornamentado con extraordinarias riquezas. Al noroeste, en la cima de una colina, haía una fortaleza de piedra y adobe verdaderamente bella: la de Sacsahuamán. Muchos españoles que conocieron fortalezas europeas afirmaban no haber visto otro edificio como ella y consideraban a sus murallas de piedras de tamaño colosal y ensambladas con perfección la una con la otra, como la cosa más bella en materia de construcciones que puede verse en aquella ciudad… bellísima  en todo su conjunto.

No podía ser de otra manera porque desde el momento de su fundación por  Manco Cápac, los Incas que le siguieron tuvieron como primordial cuestión de Estado hacerla crecer no sólo fuerte e inexpugnable, sino también como la más hermosa de todas. Indudablemente lo lograron.

© 2014 Microsoft Términos Privacidad y cookies Desarrolladores Español

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Asombro y desconcierto en el primer encuentro

Era 1518; los españoles ya habían ocupado  varias islas caribeñas e iniciaban la exploración del continente. Un día ocurrió un hecho que narra el cronista Diego Durán: deambulaba por la costa del Golfo de Méjico un vagabundo que, de pronto, vio algo que lo dejó atónito. Era tan extraño, tan insólito, que decidió ir a la ciudad de México-Tenochtitlán para informar al rey Moctezuma.  Le dijo que se había movido á venir… [para] avisar de lo que había visto…: que andando junto a la orilla del mar vio, en medio del agua, un cerro redondo que andaba de una parte a otra…, cosa espantosa y de admiración… Moctezuma, impresionado por el relato,  envió observadores que le confirmaron la noticia:

Éstos vieron una cosa espantosa, grande y redonda…que andaba de aqui  para allí por encima del agua, hacia una parte y hacia otra, y que dentro de ella había gente…Que tendían unas grandes mantas en los mástiles… [y] era cosa misteriosa… andar aquel navío sin que nadie lo llevase, por encima del agua…

Lo que observaban con tanto asombro era la nave de Juan de Grijalva, uno de los primeros exploradores de la costa mejicana cuyos informes incentivaron a Hernán Cortés para realizar la conquista del imperio azteca.

Tiempo después, en 1532, cuenta el cronista Juan de Betanzos que mientras el Inca Atahuallpa se dirigía a Cajamarca después de haber vencido en batalla a su hermano Huáscar, llegaron a verle cuatro indios tallanes, del pueblo costero de Tangarala quienes le contaron lo siguiente:

Que por el mar habían llegado seres extraños a cuyo señor le llamaban capito, -por capitán-.  Los describieron como  gentes blancas y barbudas, que traían unas bestias  grandes y muy altas -los caballos- y caminan encima de ellas y a donde ellos quieren que vayan… allí van y si quieren que corran… hacen tanto estruendo que hacen temblar la tierra…

Contaron que vístense de manera que no hemos visto… nunca…Vienen tan vestidas que no se les parece… sino la mitad de las manos y la cara, y desta la mitad traen cubierta con las barbas… Que las manos sólo se les vieron  cuando comían… porque las traían cubiertas con otras manos… hechas de cuero -los guantes-.

 Además de los caballos les llamaron la atención las armas. Contaban  que de la cintura les colgaba cierta pieza… el largor… de casi una braza… -las espadas- que relumbraba como plata… que con aquellas les cortaban las cabezas  a los animales que iban a comer, de un solo golpe. Que comían la carne cocida y no comían carne humana…  También relataron que tenían cierta cosa que parece… de plata y hueca y echan dentro… cierta cosa como ceniza -pólvora- y péganle fuego por un agujerillo… y sale por el hueco… una gran llama y… da un tronido que parece el trueno del cielo…

Los indios tallanes se referían a estos extraños  llamándoles Viracocha porque el dios de ese nombre que… antiguamente… hizo las gentes… se había metido por ese mar  -el Océano Pacífico-  y ahora por él regresaba. Atahuallpa, al escuchar tantas asombrosas novedades relativas a los forasteros que quedó dudando de si se trataba de hombres o dioses.
La realidad es que el grupo español que los indios vieron en aquel abril de 1532  y describieron de tal manera, eran Francisco Pizarro y  sus hombres. Habían desembarcado en Túmbez y el 16 de noviembre apresaron al Inca Atahuallpa y tomaron posesión del imperio incaico.

viernes, 5 de diciembre de 2014

La Quebrada del Portugués

Nadie sabe por qué se llama así, “del portugués”, pero lo que importa es señalar que fue la llave para la conquista y colonización del Noroeste argentino, región donde comenzó el poblamiento y colonización de nuestra patria.

Es uno de los sitios de mayor densidad  histórica de nuestro país. Está en una región privilegiada por la  feracidad de su naturaleza y es el mejor camino natural entre el área valliserrana del noroeste argentino y el sur tucumano llamado antaño Tucma o Tucumán.

El área valliserrana  había sido conquistada por los incas y por ella  corrían ramales  de su extraordinaria red vial que llevaban a Chile y Perú. El Tucma o Tucumán era dominio de los indios tonocotés que si bien no fueron conquistados por los incas, mantenían un pacto de amistad con ellos. En él comenzaba la llanura  que lleva al Río de la Plata,  salida al Océano Atlántico.

Es decir, que la quebrada poseía un primordial valor geopolítico y estratégico que los incas intuyeron y que los conquistadores españoles  -que la llamaron “Quebrada de los Andes de Tucumán”- supieron valorar como nexo entre el oeste y el este del continente sudamericano. Por este motivo, cuando Diego de Rojas comenzó en 1543 su Gran Entrada  en busca de la ruta que comunicara el Perú -ya en poder español- con el Río de la Plata, bajó por ella a los llanos de Tucumán desde donde emprendió la marcha rumbo al sudeste. Aunque él murió prematuramente, su expedición llegó al litoral rioplatense descubriendo, así,  la ruta que resultó columna vertebral de los Virreinatos del Perú, primero,  y del Río de la Plata, después.


Más tarde, en 1550, en el área de la quebrada se fundó  la primera ciudad de nuestra patria, que fuera base de conquista del actual territorio argentino.  Se llamó Barco, pero justamente por estar asentada en un punto de tanto valor geopolítico, originó conflictos jurisdiccionales y debió ser trasladada dos veces, primero a Tolombón en los Valles Calchaquíes y, finalmente, a las márgenes del río Dulce donde recibió su nombre definitivo: Santiago del Estero.
Quebrada del Portugués

Rio Pueblo Viejo, Quebrada del Portugues. Tucumán. 

jueves, 4 de diciembre de 2014

¿Mortales o inmortales?

Ser bisoño en tierra extraña siempre supone riesgos, pero serlo en América de la conquista eran palabras mayores. Así lo demuestra esta historia narrada por el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo:
Un día, con la esperanza de hallar una vida mejor, un muchacho apellidado Salcedo  llegó a la isla caribeña de San Juan o Boriquén, conquistada hacía poco tiempo por los españoles. Los aborígenes querían eliminarlos, pero los detenía la duda de si eran inmortales o no. Si lo eran, ¿para qué intentar, siquiera, matarlos?  Y si lo eran, ¿por qué no hacerlo y librarse de ellos? En asamblea, varios caciques discutieron el tema y encargaron a uno de ellos dilucidar la incógnita. Se llamaba Urayoan y pronto el destino le brindó la ocasión para cumplir la tarea.
Salcedo, que viajaba solo por la isla, acertó a pasar por su aldea.  Urayoan lo recibió paternalmente y después de brindarle un opíparo almuerzo, le ofreció veinte indios para que lo acompañaran durante el resto de su viaje. El cándido muchacho aceptó el gesto  muy agradecido lo cual fue su perdición pues los acompañantes llevaban una instrucción que cumplieron puntualmente.

Al llegar a un caudaloso río,  dos de los indios más fornidos le ofrecieron cruzarlo en andas para que no mojara su ropa y él nuevamente aceptó. Estaban ya en medio del cruce, cuando sus portadores lo zamparon dentro del agua; él luchó por emerger, pero cuatro fuertes manos lo presionaban manteniéndolo sumergido. Cuando finalmente dejó de luchar, sacaron del agua su cuerpo exánime mientras le pedían disculpas por haberse “tropezado” dejándolo caer. Lo tendieron en la ribera, pero regularmente, como quien controla una prueba de laboratorio,  acudían a ver si revivía o no. Así durante varios días hasta que las pruebas de que estaba muerto se volvieron concluyentes.

Para los indios esta comprobación fue trascendental porque les permitió superar el mito por ellos mismos creado de la inmortalidad de los españoles que los inhibía de defenderse de su avance. En cuanto a Salcedo, fue víctima de la conjunción de la inexperiencia con la mala suerte.

El señor Canamico, Curaca de Capaya

En el antiguo Tucumán había diversos pueblos indígenas. Uno  era Capaya cuyo curaca se llamaba Canamico. Cuando llegó Diego de Rojas, mientras los demás curacas huyeron con su gente, él  salió valientemente a su encuentro para defender la tierra heredada de sus antepasados. Apareció en medio de la selva a la cabeza de su comitiva integrada por hombres de guerra, llegó a cierta distancia del jefe español y se detuvo. Venía en andas, modo usual de trasladarse de los señores indios a lo largo de toda América que en él se justificaba pues tenía amputada una pierna. 

Venía con mala voluntad y peor semblante, lo que se  ecentuó en el mensaje que le dio al indio peruano, intérprete quichua-español, para que  lo transmitiera a Rojas: que no tenía por qué ingresar en la tierra que pertenecía a ellos, los tonocotés. 

Rojas escuchó el mensaje, pero permaneció tranquilo. Cualquier reacción violenta  podía desencadenar un choque armado  y deseaba evitarlo: ellos eran sólo treinta y seis soldados más un puñado de indios amigos, mientras que  Canamico contaba con unos  mil quinientos guerreros. Por eso le envió respuesta con el P. Francisco Galán  para explicarle que no venía en son de guerra, sólo en busca sólo de comida y de un lugar donde acampar.

El religioso aceptó la misión  a regañadientes y no le faltó razón porque tan pronto se aproximó a Canamico, los indios  le apuntaron con sus flechas no obstante verlo desarmado y sin más compañía que el intérprete. Se asustó, giró sobre sus talones y regresó corriendo,   gritando  que  los indios atacaban.

Rojas, siempre sin perder la calma,  ordenó a sus hombres que estuviesen a punto de pelea mientras él, montado en su caballo y con sólo el  intérprete, fue a hablar personalmente con Canamico. Lo saludó en nombre de Carlos V quien  -le dijo- deseaba que todos los indios fueran sus vasallos y se convirtieran al  cristianismo, pero el curaca lo interrumpió para repetirle   su primer mensaje agregando que, si insistía, le daría guerra. A continuación,  los indios flecheros  se aproximaron amenazantemente a Rojas.

Este, comprendiendo  que era una maniobra para ponerlo nervioso, se limitó a reprender a los flecheros por su actitud tan hostil,  siendo que él venía en son de paz. El intérprete tradujo y entonces Canamico sonrió socarronamente y explicó que sus indios eran tan malcriados, que aunque a él les había  prohibido comportarse así, habían  desobedecido. Con esta burla  Rojas comprendió que era inútil continuar mostrándose manso; que era el momento de sorprender al curaca con una manifestación de poderío:
Espoleó al caballo  y lo hizo escaramucear bajo el sol que relumbraba sobre la armadura; esta era la seña que aguardaban sus hombres para atacar. Canamico aún no se había repuesto de la intempestiva reacción de su interlocutor,  cuando  los cascos de los  treinta y seis caballos hicieron  retumbar la tierra con su galope y en un instante estuvieron sobre los indios.

La lucha  que Rojas quiso evitar se desató, pero, afortunadamente,  fue  brevísima porque el estupefacto  curaca cayó en manos de los españoles, hecho que, entre los indios, era motivo para deponer las armas.

Canamico dio a Rojas un sitio donde sentar su real y abundante comida;  se declaró vasallo de Carlos V y aceptó convertirse al cristianismo. Rojas, que ordenó a su gente tratar al vencido  según su jerarquía de señor, una vez pasado el enojo reconoció que si  obró como lo hizo, fue por defender su pueblo y porque poseía un coraje que los otros señores no habían mostrado. El curaca, por su parte, valoró a Rojas como un valiente y noble guerrero que, pudiendo haberlo matado o humillado, lo había respetado.

 El hecho es que, después de tan mal comienzo, terminaron apreciándose sinceramente.  

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Los enemigos invisibles

Las enfermedades infecciosas originarias del Viejo Mundo, inexistentes en el Nuevo, transmitidas por los blancos europeos y sus esclavos  africanos, fueron los enemigos invisibles de los aborígenes americanos contra las cuales carecían de anticuerpos. El efecto letal fue tan devastador, que estudios modernos  las consideran causantes del 75%  o más  de la mortandad que se produjo entre ellos.

La peor de todas fue  la viruela y sus trágicos efectos empezaron a sentirse en el área caribeña por la que  comenzó la conquista. Se desencadenó entre los indios arawacos  de  Santo Domingo, Cuba, Jamaica y otras islas, y bastaba que se contagiara un solo individuo, para que tras él lo hicieran familias y comunidades íntegras. El cronista Fernández de Oviedo habla de viruelas  tan pestilenciales, que dejaron estas islas... asoladas de indios, o con tan pocos, que pareció un juicio grande del cielo.

 A medida que avanzaba la conquista, avanzaba la peste y así llegó a Méjico. Según  Bernal Díaz del Castillo el introductor provino  de Cuba y fue  un negro...   lleno de viruelas… que fue causa que... hinchiese toda la tierra della, de lo cual hubo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron.
El  franciscano Fr. Toribio de Benavente, más conocido como Motolinía, que misionó en Méjico, da espeluznantes detalles: en algunas provincias moría la mitad de la gente... y muchos... de hambre, porque como todos enfermaron de golpe, no podían curar unos de otros… y en muchas partes  aconteció morir todos los de una casa y… para remediar el hedor… echaron las casas encima de los muertos... A los que se salvaron,  todo el rostro les quedó lleno de hoyos.

El contagio era inmediato, fulminante y algunos cronistas sostienen que Huayna Cápac, el último gran emperador Inca, murió de viruela. Se habría contagiado por el sólo hecho de recorrer  un tramo de la costa del Pacífico donde poco antes habían desembarcado exploradores españoles portadores de la peste.

La viruela llegó hasta nuestro país y  el jesuita Cayetano Cattaneo que  en el siglo XVIII misionó entre los indios  del río Uruguay, cuenta que cierta vez que navegaba con un grupo de ellos, a pesar de todas las diligencias que tomamos,  se declaró finalmente con la caída casi simultánea de catorce en una sola balsa, y otros acá y allá, en otras balsas... En pocos días  los enfermos sumaban  más de cien y pedir ayuda en los pueblos costeros era impensable  porque -continúa Cattaneo- no hay cosa que [los indios] teman más que esta peste ycuando aparece uno de ellos con viruelas, lo abandonan todos dejándolo... con una vasija grande de agua y un cuarto de buey.

Cuando desembarcaron, los misioneros levantaron cabañas donde  acomodar a los enfermos.  Ya no podía más -continúa Cattaneo- por el gran trabajo que me costaba estar tanto tiempo encorvado hasta el suelo, donde yacían... además del hedor que echaban y el horror que ocasiona el mirarlos... pues, a causa de la gran comezón que la enfermedad produce, se desfiguran toda la cara, convirtiéndola en una llaga...  Un día, mientras sacaban a un muerto de su cabaña, para sepultarlo, al tomarlo por las piernas, empezó a salírsele la piel, que estaba separada de la carne...   

La viruela  fue una pandemia que azotó al mundo hasta la segunda mitad del  siglo XX, pero desde 1978 se la  considera  erradicada gracias a la labor de los científicos, verdaderos santos modernos que han salvado al ser humano de un padecimiento  tan atroz.


lunes, 1 de diciembre de 2014

Un curioso dato médico

En enero de 1494  Cristóbal Colón hizo su segundo viaje a América. Llegó a la isla La Española, hoy Santo Domingo, poblada por indios arahuacos de los cuales había llevado algunos a España, de regreso del primer viaje,  para que enseñaran su lengua.

Entre quienes la aprendieron se contaba un fraile de la Orden de los Gerónimos llamado Ramón Pané, al que encomendó recorrer las aldeas indígenas para recabar datos sobre sus usos, costumbres, creencias y tradiciones. Así lo hizo el fraile y reunió sus observaciones en la Relación acerca de las antigüedades de los indios, primer estudio de carácter etnográfico sobre aborígenes americanos.

 Entre las varias informaciones que da, hay una de valioso interés médico, tomada de un mito relativo a los primeros seres humanos que habitaron la isla y a cómo se  dispersaron por ella. Cuenta que,  originalmente, todos los humanos vivían en cuevas, cada varón con sus mujeres e hijos, pero un día, un joven llamado Guahayona decidió abandonar las cuevas para buscar otro lugar donde vivir. No se fue sin compañía, sino que instó a todas las mujeres a seguirlo, incluso a las casadas que abandonaron esposo e hijos. Con ellas partió y anduvo recorriendo la isla durante un tiempo hasta que, en un momento dado, quizá porque ya habrían nacido niños que significarían una rémora para la marcha, decidió abandonar su harén y continuar viaje solo.

Pronto -promiscuo como era-  comenzó a extrañar la compañía femenina y creyó hallarla cuando, andando por la playa, encontró una mujer  llamada Guabonito. Intentó seducirla, pero ocurría -según escribe Fr. Ramón- que  Guahayona estaba lleno de aquellas llagas que nosotros [los españoles] llamamos mal francés. En otras palabras, Guahayona padecía sífilis y Guabonito,  advirtiéndolo, en lugar de ceder a sus requerimientos lo aisló en un lugar apartado hasta que se curó. Después lo abandonó, no sin antes obsequiarle unos talismanes  que salvaguardaran su salud.

Este mito -que como todos debió tener alguna raíz en la realidad-  resulta muy interesante por aclarar una duda que suele plantearse: ¿Los españoles contagiaron la sífilis a los aborígenes americanos o éstos a ellos? La conclusión a que nos conduce el mito es que, a fines del siglo XV, cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo, hacía mucho que la enfermedad existía en él, tanto como para estar incorporada  a un antiguo mito transmitido por vía oral,  durante generaciones; por cierto que también existía en el Viejo y los europeos la identificaban como Mal francés o Mal de Nápoles. Es decir, que era una enfermedad infecciosa difundida por todo el globo desde antes de la conquista, dato corroborado por la Paleontología ya que en algunos cementerios aborígenes,  prehispánicos, se han encontrado esqueletos  que presentan lesiones óseas típicas de este mal. 

domingo, 30 de noviembre de 2014

La venganza, el placer de los dioses.

El Inca Garcilaso de la Vega cuenta que en  1549  el capitán Juan Núñez de Prado salió de Potosí rumbo a Tucumán. Había reunido sesenta hombres,  cada uno de los cuales llevaba  indios cargueros  para transportar sus pertenencias. Una ordenanza prohibía hacerlo, pero resultaba incumplible pues  como los animales de carga eran escasos y muy caros, la gente necesariamente se valía del ancestral recurso aborigen del carguero humano,  usado en toda América.
Para valerse de cargueros, el alcalde mayor de la ciudad, licenciado Esquivel, exigía el pago de una multa y así lo hicieron resignadamente Núñez de Prado y sus hombres. Todos excepto uno de apellido Aguirre  que llevaba dos cargueros, pero era tan pobre,   que no tenía dinero para pagarla. Era un hombre de aspecto insignificante,   pequeño de cuerpo y de ruin talle, caracterizado por un gran sombrero que solía usar, de quien Esquivel se aprovechó para mostrarse riguroso guardián de la ley: lo encarceló y lo sentenció a   doscientos azotes.  
La pena asombró a todos por excesiva y Aguilar -que no obstante su deslucido aspecto valoraba mucho su honra- le pidió a Esquivel que le diera pena de muerte antes que someterlo a la ignominiosa  azotaina,  pero la  sentencia se cumplió indefectiblemente en la plaza mayor. Sin embargo allí no terminó la historia pues Aguirre juró públicamente que mataría  a Esquivel para así limpiar su honra.
Esquivel al tanto  del juramento de Aguilar y como, además,  ya había cesado en su oficio,  decidió irse de Potosí, quizá creyendo que, al poner distancia, el vengador se olvidaría de su propósito, pero no sucedió así.
Se trasladó  a Lima, pero no hacían dos semanas que se había instalado, cuando un día, paseando por las calles, divisó la inconfundible silueta esmirriada de  Aguirre, con su gran sombrero,  que le seguía los pasos. Encuentros similares se repitieron mes tras mes hasta que el licenciado  resolvió mudarse a Quito.
Ya casi se había olvidado de Aguirre, cuando un domingo, en la iglesia, de pronto le corrió un escalofrío por la espalda: lo vio a pocos pasos de él, clavándole  sus ojillos de rata. A partir de entonces se repitió en Quito  lo ocurrido en Lima: Aguilar se le aparecía en el lugar y momento menos pensados hasta que decidió un tercer traslado, esta vez,  a Cuzco. Aguirre, nuevamente, fue en su seguimiento. 
En Cuzco Esquivel ocupó una casa frontera a la Iglesia Mayor donde lo visitó un amigo para advertirle que Aguirre había llegado a la ciudad  por lo que  le ofrecía  acompañarlo durante las noches,  pero el licenciado rechazó el ofrecimiento.  No obstante alardear de tranquilo,  no lo estaba del todo: salía poco de su casa, constantemente usaba una cota de malla bajo el sayo, y llevaba daga y espada, lo cual de nada le sirvió:
Y llegó el momento crucial. Era un lunes, mediodía y el sol de Cuzco brillaba. Hacían tres años y cuatro meses que Aguirre perseguía a Esquivel  aguardando el momento propicio para  cumplir el juramento que a sí mismo se había hecho. Esa mañana, como otras tantas, caminaba  rumbo a la casa de su perseguido y, al llegar, encontró las grandes puertas del zaguán abiertas. Pudo ver el amplio y luminoso patio, y observó que  en él no  había ninguna persona. Avanzó cauteloso unos pasos sin escuchar  ruido alguno. ¿Dónde estaban los sirvientes y familiares del licenciado? Parecía una vivienda vacía por lo que continuó adentrándose sin encontrar quien lo detuviera. Confiado,  subió a la planta alta,  atravesó varias habitaciones y llegó a una  donde Esquivel tenía su biblioteca. Allí lo encontró y en una forma como si el destino se lo brindara en bandeja:   ¡mientras leía, el licenciado se había quedado profundamente dormido,   con la cabeza apoyada sobre un corpulento volumen!
Aguirre se aproximó a él y con precisión  le asestó en la sien una puñalada. Aunque con ella  Esquivel ya quedaba muerto, le dio tres más en el cuerpo que no llegaron a la carne gracias a la cota, pero agujerearon el sayo.
Consumada su venganza, Aguirre, siempre sin hallarse con nadie, desanduvo camino y llegó hasta el zaguán. Allí se dio cuenta de que se le había caído su inconfundible  sombrero en la habitación del crimen, por lo que nuevamente ingresó a la casa,  subió al piso alto, lo recogió, se lo puso  y salió.
Si hasta entonces había mantenido una serenidad pasmosa, una vez en la calle se le desataron los nervios. Aturdido de  miedo se echó a caminar  sin destino fijo hasta que la suerte hizo que se topara con dos hermanos amigos suyos, dos ingeniosos caballeros  llamados Santillán y Cataño a quienes rogó que lo escondieran. Los hermanos vivían en una amplia casa que  al fondo  tenía un chiquero y allí escondieron a Aguirre.  
Entretanto, al descubrirse el cadáver del licenciado se armó gran revuelo y todos sabían quién era el culpable: Aguilar El corregidor  mandórevisar hasta el último rincón de Cuzco para dar con él, pero a pesar de la prolijidad de la pesquisa no lo encontraron.
Al cabo de treinta días  que fueron de martirio para el matador y sus amigos -de hecho encubridores del asesinato- el corregidor   dio por concluida la búsqueda, aunque  mantuvo el requisito de que nadie pudiera  abandonar Cuzco sin su autorización escrita por lo que puso rigurosas guardias en sus salidas. Estaba convencido de que el culpable permanecía, aún, en ella y de que, en cualquier descuido, huiría.   
Santillán y Cataño no veían  la hora de zafar de su tan comprometida situación y  pusieron en práctica un plan que habían urdido  para sacar a Aguirre de la ciudad:
Crecía en los campos un fruto denominado uítoc, que, dejado en remojo unos cuatro días, producía un líquido que, aplicado sobre la piel,  la oscurecía. Hicieron la preparación y luego bañaron con ella a Aguilar previamente pelado y afeitado. Al día siguiente comprobaron con satisfacción que estaba más negro que  un esclavo etíope, y, para completar la transformación, lo vistieron con unas ropas humildísimas. De esta manera quedaba todo  listo para dar el próximo, audaz  paso: salir de Cuzco para lo cual, una vez más, los hermanos habían compuesto un excelente plan:
Al mediodía y a vista de todos, salieron  de su casa, a paso tranquilo, montados en sendos caballos y más uno de repuesto. Parecía que iban de caza pues  Cataño llevaba un arcabuz  y Santillán,  un halconcillo en la mano.  Delante de ellos caminaba un “esclavo” con otro arcabuz al hombro. Cuando llegaron a la salida de la ciudad,  los guardianes les pidieron la  licencia del corregidor y entonces ellos representaron una bien ensayada comedia:
Santillán, con  expresión de quien confiesa una culpa,  dijo que había olvidado solicitarla, pero que iría de un galope hasta lo del corregidor para conseguirla. Luego, dirigiéndose a Cataño, agregó que si los guardianes lo autorizaban, continuara viaje, pero que caminara sin prisa, así él podría reunírsele pronto. Dicho esto espoleó el caballo y salió a galope tendido, rumbo a Cuzco.
Los guardianes autorizaron a Cataño a continuar viaje en compañía de su "esclavo" y ambos se alejaron sin dar muestras de apuro, pero cuando traspusieron el límite de la jurisdicción cuzqueña, se detuvieron. Cataño le dio a Aguilar  el caballo de repuesto, ropas decentes y dinero,  y le dijo: Hermano, ya estáis en tierra libre, que podéis iros donde bien os estuviere, que yo no puedo hacer más por vos.
Aguirre, conmovido hasta las lágrimas, lo abrazó y partió. Fue a Huamanga donde vivía un pariente, hombre bondadoso y adinerado que lo acogió como a propio hijo.  El color etíope  se le fue pronto por el recambio natural de la piel y, de lo que sabemos,  vivió feliz hasta el fin de sus días, satisfecho de haber lavado su honor. Y así termina la historia de quien, sin ser dios, se dio el placer de la venganza.   
Inca Garcilaso de la Vega

jueves, 27 de noviembre de 2014

Los habitantes de América conocen la escritura

Desde hace muchos siglos en nuestra cultura es tan habitual la práctica  de leer y escribir, que hemos perdido la conciencia de que las letras son una de las invenciones más extraordinarias de la humanidad. La dimensión de este prodigio la tuvieron los habitantes de nuestro continente que no habían desarrollado la escritura y al respecto el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo señala  que Una cosa de las que más se  han espantado los indios, de cuantas han visto entre los cristianos, son las letras, Y que por ellas nos entendamos con los ausentes.
El escuchar dictar una carta, y el que, después, otra persona la leyera repitiendo exactamente las palabras de quien la dictó, les parecía algo mágico, sobrenatural. El hecho que el papel expresara  ideas y sentimientos o narrara sucesos les producía atemorizado asombro que se acrecentaba cuando a algún indio le tocaba ser el mensajero o portador de esa carta. …llévanla con tanto respeto y temor… pues les parecía que también sabría decir la carta lo que el indio piensa o hace…, porque  creen que tiene  ánima… Hubo un caso en que el mensajero estaba tan aterrorizado del sólo hecho de aproximarse a una carta, que, para llevarla,  la ató con un cordel,  a un palo  para, de ese modo,  poder   mantenerla  lejos de su cuerpo.
Hubo otro caso pintoresco protagonizado por el capitán Gonzalo de Badajoz: Había escrito una carta  y pidió al cacique del pueblo del cual era encomendero  que se encargara de enviarla al destinatario. El cacique, en una actitud de falta de respeto, curioso por saber qué informaba  su amo,  le encargó al indio mensajero con quien la despachaba, que le preguntase en el camino a la carta… algunas cosas…
 Cuando el mensajero regresó, le contó al cacique que  había interrogado a la carta tal como él le encargó, pero que  ésta no le había querido responder a nada  y que creía que maliciosamente… no quería hablar sino con los cristianos.
El cacique quedó desconcertado, pero hubo algo que lo asustó:  que el indio le dijo creer que la carta le había revelado  al amo lo que él le ordenó hacer, por lo cual el cacique, de temor a un castigo,  huyó.  Pocos días después fue apresado y cuando Badajoz le preguntó por qué había huido pues no se le había hecho… mal tratamiento alguno, intentó zafar de su comprometida situación culpando al mensajero por lo sucedido.
Dijo que él sabía que la carta le había dicho lo que su indio le había preguntado…, y  que aquel indio era bellaco -taimado-  porque el cacique no… le había mandado hacer algo tan irrespetuoso para con su amo como preguntar a la carta cuál era su contenido; por esta razón lo había  muerto en castigo.
Badajoz lo escuchó, pero no lo sacó de su error; por el contrario,  para escarmentarlo por su indebida curiosidad, le respondió que, efectivamente,  las cartas todo lo entienden… especialmente cuando se trata contra los cristianos, y ellos les tienen mandado que… no hablen con los indios ni les descubran ningún secreto. Y así se lo creyó este cacique, y de astuto el capitán quiso dejarle en esta sospecha. 

martes, 25 de noviembre de 2014

Síntesis del libro POBLAR UN PUEBLO

EL COMIENZO DEL POBLAMIENTO DE ARGENTINA EN 1550
En junio de 1549 el Lic. Pedro La Gasca, gobernante del Virreinato del Perú, designó a Juan Núñez de Prado capitán general y justicia mayor, y le dio comisión y mandato para poblar un pueblo en el Tucma o Tucumán,  situado al sur de la actual provincia homónima, porque Desde allí se podrá abrir camino para el Río de la Plata, porque por aquella provincia entraron los que fueron con Diego de Rojas…
Varios de los sesenta hombres que integrarían la expedición eran veteranos de la entrada  y fueron quienes eligieron ese lugar por considerarlo el más adecuado para fundar un pueblo que fuese base de la conquista del territorio descubierto. Quedaba en la quebrada llamada entonces De los Andes de Tucumán, hoy Del Portugués, y tenía un pro y varios contras. Comencemos por los contras:
Ubicación mediterránea en tiempos en que el modo más veloz de comunicarse con el mundo era la navegación.
La distancia al mar,  tomada en línea recta, era de más de 1.000kms.
Si bien  un río corría por la quebrada,  no era navegable.
En cuanto a las distancias -siempre tomadas en línea recta- a las  ciudades españolas a las cuales recurrir por ayuda, eran las siguientes: Tarija, la ciudad altoperuana más próxima,  estaba a unos 600kms. por camino montañoso; Copiapó, en Chile, a unos 700kms. tramontando una Cordillera intransitable durante el invierno.
Con estos factores en contra, si los conquistadores hubiesen sometido el proyecto a consideración de un consultor de empresas,  probablemente hubiese diagnosticado que era inviable, pero ahora veamos el pro del lugar seleccionado:
La quebrada elegida era la más cómoda vía natural entre la llanura por la que se llegaba al Plata y los Valles Calchaquíes por donde corría la red vial inca que comunicaba con Perú y  Chile donde se levantaban las  ciudades  antes mencionadas. Es decir, que el sitio tenía un valor geopolítico muy grande para ese momento histórico por lo que convenía  tomar posesión de él fundando una ciudad. Así lo hizo Núñez de Prado que el 29 de junio de 1550, al sur del paralelo 27°, fundó la que llamó Barco en homenaje a su comitente, el Lic. La Gasca, nacido en Barco de Ávila.
Pero ocurría que el estratégico Tucumán ya tenía dueño. Era Pedro de Valdivia, gobernador de Chile, una Gobernación  que abarcaba parte de actual territorio argentino, desde la Cordillera de los Andes hasta el meridiano 64° y desde el paralelo 27° al 41°; es decir,  que Núñez de Prado había fundado  en territorio chileno.
Este hecho originó un complejo conflicto jurisdiccional que lo obligó a trasladar  la ciudad, primero, a Tolombón en los Valles Calchaquíes y, después, a las márgenes del río  Dulce entonces llamado Del Estero. En día llegó allí, sorpresivamente, un enviado de Valdivia, Francisco de Aguirre, que depuso a Núñez de Prado,  lo despachó preso a Chile y rebautizó Barco con el nombreSantiago del Estero. Con él ha pasado a la Historia, es capital de la provincia homónima y  la más antigua ciudad de Argentina.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Los aborígenes y la guerra química

Quien piensa que las armas químicas son invención moderna, se equivoca. Existen desde los comienzos de la humanidad y  fueron usadas por los más diversos pueblos, entre otros,  por los aborígenes americanos que eran expertos en ellas.
Se valían de gases letales  y  de púas y flechas envenenadas con  substancias mortíferas.  Entre los gases, el más usado era el de ají, fruto americano algunas de cuyas especies  tienen zumos  extraordinariamente irritantes. En las guerras, ciertos pueblos acostumbraban quemar grandes cantidades para producir  humaredas que,  con la ayuda del viento,  empleaban contra sus enemigos como estornudatorio, es decir, como desencadenante de una seguidilla de estornudos  tan violentos, que los dejaban imposibilitados de defenderse. Tan brutal  era el efecto de este humo o gas,  que hacía abortar a las mujeres.
Lo empleaban no sólo contra los enemigos, sino para ejecuciones: encerraban al condenado en una cámara y le daban humazos de ají hasta que moría. Entre los incas, al culpable de tener amores con alguna Virgen del Sol, lo colgaban por los pies sobre brasas en las que humeaba polvo de ají.  Finalmente, los mexicas lo usaban en cantidades pequeñas  para castigar a  niños desobedientes.
Ciertos aborígenes de una región de Canadá mezclaban venenos provenientes de hojas de árboles, de hierbas y frutos,  y luego  quemaban la mezcla sobre haces de leña untada con grasa de lobo marino lo que producía un humo espeso y pesado que tenía la ventaja de no dispersarse fácilmente en el aire, y que, si no mataba al enemigo, por lo menos lo cegaba dejándolo fuera de combate.
El arma química más difundida era la yerba  venenosa, quizá por ser de más fácil aplicación y no depender de los vientos. Aunque el término yerba  induzca a pensar en substancias de origen vegetal, los componentes del veneno solían incluir  algunas de origen animal.
Cada tribu poseía su fórmula secreta y en la composición se mezclaban jugo y  savia de plantas tóxicas, veneno de hormigas, alacranes, víboras, arañas, medusas,  alimañas ponzoñosas, y todo ello se cocinaba junto. Era requisito fundamental que la operación se realizara en sitio alejado del poblado pues el humo que despedía la cocción era tan letal, que las personas encargadas de prepararla -mujeres esclavas o viejas-, solían  morir de sólo aspirarlo  lo cual era una macabra garantía de calidad  del menjunje.
 Luego dentro de él se echaban pequeñas púas acanaladas y se dejaban un rato  para que se embebieran, tras lo cual quedaban listas para usar. Las colocaban  entre el follaje que bordeaba las sendas y en las puntas de las flechas. La púa era tan aguda que penetraba profundamente en la carne donde el veneno comenzaba a dispersarse por el torrente sanguíneo.
Había venenos de acción rápida como el curare y el pakurú, que mataban en una hora, pero había otros extremadamente crueles que provocaban una larga y desesperante agonía de hasta una semana de duración. De este tipo fue  el que emplearon contra el capitán Diego de Rojas.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Comunidades aborígenes en la ruta de Diego de Rojas

Cuando en la primera mitad del siglo XVI llegaron los conquistadores españoles,  nuestro país estaba escasamente poblado por sólo unos  340.000 individuos para sus casi 2.800.000 kms2 de extensión.
Esta población se distribuía de manera irregular formando comunidades asentadas en el noroeste,  centro oeste y sierras centrales, a lo largo de los ríos Dulce y Salado, y de los grandes ríos de la cuenca del Plata dejando entre sí extensas áreas deshabitadas.
Si algo caracterizaba a estas comunidades,   analizadas en su conjunto,  era su variedad. En la región valliserrana del noroeste, -la más densamente poblada- en  las Provincias de Chicoana y Quiri-quiri  los españoles las hallaron de alto grado cultural, sedentarias, agroalfareras y pastoras, que habían recibido la influencia cultural incaica. Vestían coloridas túnicas de lana,  su lengua madre era el kakán, pero también hablaban el quichua impuesto por los incas, hecho que permitió a los españoles comunicarse fácilmente con ellos mediante intérpretes. Pertenecían a la raza ándida, baja y recia.
Cuando los españoles llegaron  a la llanura tucumano-santiagueña se encontraron con el pueblo de Capaya  también sedentario, agroalfarero y pastor, aunque menos sofisticado  que los pueblos valliserranos. Sus habitantes vestían túnicas o faldellines de plumas muy galanos. Su lengua madre era la tonocoté  y aunque no fueron vasallos de los incas, conocían el quichua por el contacto asiduo con las comunidades por ellos conquistadas. Algo que asombró mucho a los españoles fue la diferencia racial entre los ándidos y los habitantes de la llanura pues éstos eran esbeltos, de contextura atlética y tan altos, que los describieron como medio gigantes.
Desde  Capaya los españoles continuaron con rumbo sudeste y pasaron por la Provincia de Tesuna  donde sólo encontraron bandas de gente sin orden, nómade, que vivía de la caza y la recolección.
Prosiguieron la marcha y llegaron  a la Provincia de Soconcho,  polo opuesto de Tesuna: caseríos levantados a lo largo del río Dulce, florecientes maizales y abundantes pesquerías. Racialmente sus pobladores eran como los tonocotés y  hablaban la lengua jurí muy similar a la de éstos y también el  quichua.
Tan floreciente era el lugar, que fundaron allí una ciudad  llamada Medellínconcebida como base de la conquista del territorio que descubrieran, pero lamentablemente un incendio la redujo a cenizas juntamente con todo el alimento recogido para pasar el invierno. Los aborígenes les dijeron que el único lugar donde hallarían qué comer estaba en actual Catamarca que también había sido conquistada por los incas. Entonces tramontaron las sierras de Ancasti o del Alto y llegaron al pueblo del cacique  llamado Lindón quien hablaba quichua y los recibió con hospitalidad.
Transcurrido el invierno y recogida la nueva cosecha, los españoles cargaron suficiente maíz y carne seca que les dio Lindón, retomaron el rumbo sudeste y llegaron a actual Córdoba habitada por los  Comechingones. Eran muy belicosos y como no fueron conquistados por los incas, desconocían el quichua lo que dificultaba la comunicación. Eran agroalfareros y pastores, vestían túnicas muy adornadas de chaquira y  vivían en curiosas casas-pozo, pero lo que asombró a los españoles fue  que no eran lampiños como la generalidad de los aborígenes, sino que tenían barba como los cristianos.
Aquí, en tierra de comechingones,  se dividió la hueste descubridora: una mitad quedó en un pucará construido en lo alto de un cerro y la otra continuó con rumbo sudeste siguiendo el curso del río Tercero-Carcarañá. Durante largos y tediosos días  marcharon  por  pastizales desérticos y sólo al llegar a la que llamaron Provincia de Yanoana se encontraron con bandas nómades que los atacaron; les llamó la atención su vestimenta que no era de lana o plumas, sino de cuero labrado y pintado.
Finalmente un día de otoño de 1545 llegaron al Paraná incluido, entonces, en la denominación Río de la Plata. ¡Habían alcanzado su objetivo de hallar el camino entre Cuzco y el gran río!
Estaban agotados de cansancio y, sobre todo, famélicos, pero, para aflicción suya, la margen occidental del río a la que habían llegado estaba despoblada. Los habitantes, llamados Timbúes, tenían sus caseríos en la margen oriental, más alta y protegida.  Se movilizaban en canoas y cuando los españoles intentaron comunicarse con ellos para pedirles comida, recurriendo al quichua y a  todas las lenguas que habían ido conociendo en su marcha,  ellos no dieron señas de comprenderlos; por el contrario, en evidente acto de burla, preparaban en sus canoas pescados cocinados en su propia enjundia que despedían el olor más apetecible posible. Así, hasta que un día  se aproximó a la costa una canoa donde viajaba el cacique Corundá quien les habló en español,mal aljamiado como señalan las crónicas, pero español al fin, aprendido del contacto que desde hacía años los timbúes mantenían con los españoles de Asunción. Los trató muy mal, los conminó a irse, pero los hambreados españoles, recurriendo a un ardid, tomaron un rehén y así consiguieron que Corundá  les diera   alimentos. 
Hubieran deseado llegar a Asunción, pero la costa occidental del Paraná era un cenagal, por lo que decidieron regresar al Perú. Cuando pasaban por Tucumán, se encontraron con una última sorpresa: bandas de indios Lules, nómades, depredadores y, según decían otros aborígenes, comedores de carne humana.
Hacia abril de 1546 los sobrevivientes llegaron a Perú donde ya los daban por muertos. Cuando les contaron su increíble hazaña de haber hallado el camino entre Cuzco y el Río de la Plata, con admiración comenzaron a distinguirlos con el calificativo de  Los hombres de la entrada. Muchos de ellos estaban decididos a regresar a la tierra descubierta para poblarla y colonizarla, y así lo hicieron cuatro años después.
Diego de Rojas

sábado, 22 de noviembre de 2014

Un misterioso y terrible veneno

¿Cuál fue el veneno que mató a Diego de Rojas y cuál su contrahierba o antídoto?  Es un misterio que la Historia plantea a los investigadores.
El veneno era inoculado a la víctima mediante una púa muy pequeña, colocada en la punta de la flecha que arrojaba el atacante, diseñada de tal  modo que quedaba en el interior de la carne para descargar su ponzoña en el torrente sanguíneo,  aunque la flecha se desprendiera o fuese arrancada. Por lo tanto, para retirarla era imprescindible abrir la herida y hurgar hasta hallarla.
El veneno actuaba de la siguiente forma: entre el flechazo y la muerte se desarrollaba un proceso de cinco a ocho días  de duración, en el cual el envenenado padecía dolores terribles, acompañados de desesperación rayana en la locura aunque, aparentemente, conservaba la lucidez.
Los cronistas no dicen -porque no lo sabían- cuál era la composición del veneno; se limitan a hablar de hierba yerba dándole, así, tácitamente, un origen vegetal. En mi opinión y basándome en los datos aportados por las fuentes, las substancias que lo componían tenían una estrecha relación con el calor y la humedad, puesto que los indios comenzaron a usar flechas envenenadas o  enerboladas durante la plenitud del verano y coincidentemente con el comienzo de la temporada de lluvias. Antes no las usaron,  no obstante haber tenido encuentros con los españoles.
El uso de flechas envenenadas con el veneno que mató a Rojas tenía un área de dispersión geográfica perfectamente definida, coincidente con la que ocupaban tonocotés y juríes que,  según algunos estudios, eran  parcialidades de una sola nación: el sur de la provincia de Tucumán y la zona de la provincia de Santiago del Estero comprendida entre el río Dulce y las Sierras de Ancasti.
En cuanto a la contrahierba, según lograron descubrir los españoles después de sufrir muchas  muertes por envenenamiento, incluso de caballos, se preparaba con dos hierbas diferentes que crecían donde estaba fresco (¿en la sombra?), en la ribera de un río. Ambas se majaban; el zumo de una se bebía y aparentemente servía de purgante; el de la otra se vertía dentro de la herida, de la que previamente se había extraído la púa envenenada, condición imprescindible junto con una dieta rigurosa de varios días de duración.

Síntesis del libro "Los hombres de la entrada". Historia de la expedición de Diego de Rojas:

El capitán Diego de Rojas salió de Cuzco en mayo de 1543 con el propósito de buscar un camino que uniera esa ciudad con el Río de la Plata, puerta al Océano Atlántico. 
     Planeaba hacer la entrada” por el Tucma o Tucumán, pero prácticamente no contaba con datos geográficos sobre el territorio donde haría la búsqueda. Los únicos datos ciertos que tenía eran que  el Plata quedaba hacia el sudeste y que en su área había fundada una ciudad española -Asunción-; sin embargo tenía fe en que recabaría información durante la marcha, como realmente sucedió:
     Hacia septiembre llegó a la provincia de Chicoana, en los Valles Calchaquíes. Era un pueblo importante, de mucha producción agrícola, que correspondería a las actuales ruinas de La Paya. Allí Rojas descubrió que los aborígenes tenían gallinas de Castilla de la variedad Gallus Galli,que no eran otras que las aves de corral hoy tan comunes. Las llamaban así, de Castilla -que equivalía a decir España- para diferenciarlas de lasgallinas de la tierra como el pavo, por ejemplo.
      Lo sorprendió mucho el hallazgo pues no eran originarias de América sino traídas por los conquistadores desde el Viejo Mundo por lo que resultaban indudable indicio  de presencia española que él asoció con los de Asunción. Preguntó a los aborígenes dónde las habían conseguido y ellos le respondieron que pasando las montañas -las Sierras del Aconquija-, del Tucma situado al sudeste, dirección en donde, justamente,  estaba el Río de la Plata.
     Tramontó el Aconquija, llegó al Tucma y continuó avanzando con  rumbo sudeste. En actual Santiago del Estero murió víctima de una flecha envenenada hacia mediados de enero de 1544,  pero sus expedicionarios continuaron la marcha -extremadamente sacrificada por cierto- y en mayo de 1545   llegaron al río Paraná, entonces incluido en la designación Río de la Plata. ¡Habían descubierto el camino que cambiaría la historia del Cono Sur abriendo una salida directa al océano Atlántico! ¡El camino que luego se llamó Camino Real, columna vertebral del Virreinato del Perú y, después, del Virreinato del Río de la Plata!


jueves, 20 de noviembre de 2014

La ciudad en Ibatín. La primera San Miguel de Tucumán. 1565-1685

En la segunda mitad del siglo XVI, cuando los españoles comenzaron la conquista y colonización del Noroeste argentino, el sur de la provincia de Tucumán -denominado Tucma por los incas- tenía un gran valor geopolítico. En él se unían las montañas por donde corrían los caminos incas a Perú y Chile -los únicos existentes entonces- con la llanura por la cual la expedición de Diego de Rojas había llegado al Río de la Plata, puerta al Océano Atlántico. Por este motivo tres veces los españoles fundaron en la región como punto de apoyo del trayecto Santiago del Estero-Perú,  pero sólo la tercera fundación arraigó. Fue San Miguel de Tucumán, fundada en el sitio llamado Ibatín por los indígenas, en la desembocadura del camino natural de la Quebrada del Portugués que unía el sur tucumano con los Valles Calchaquíes.
La ciudad duró 125 años, desde 1565 a 1685,  durante los cuales  pasó  de una etapa de  prometedor crecimiento a una de decadencia irremediable. La causa principal de esto fue  el surgimiento de un nuevo camino que pasaba por Esteco,  ciudad fundada pocos meses después que San Miguel de Tucumán junto al río Salado, en el sur de Salta.  Era mucho más cómodo de andar porque corría por terreno llano o moderadamente ondulado evitando el fragoso trayecto por la quebrada  y por los valles. Salía de Santiago del Estero y  se dirigía al Perú sin pasar por  San Miguel de Tucumán en Ibatín, por lo que esta ciudad quedó fuera del movimiento comercial y comenzó a decaer. Esto la obligó a  mudarse al sitio que actualmente ocupa, llamado La Toma,   para poder sobrevivir. Allí está, pujante, desde hacen 329 años. 

FaceBook de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán

Los invito a poner un "Me Gusta" en el Facebook de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.
https://www.facebook.com/pages/Junta-de-Estudios-Historicos-De-Tucuman

Los cronistas y su legado

Ignoro si hay otra conquista en la que, como la de América por España,  el conquistador haya escrito tanto sobre el conquistado, al extremo de que si conocemos la historia de mayas, aztecas,  incas y otras culturas aborígenes no es tanto por lo que ellos registraron sobre sí mismos, sino, primordialmente,  por  los testimonios de los cronistas españoles.
Afortunadamente fueron muchos: Bernal Díaz del Castillo, Bernardino de Sahagún, Pedro Cieza de León, Pedro Sarmiento de Gamboa, Juan de Betanzos, Ulrico Schmidl para nombrar sólo a unos pocos.  Algunos fueron gente con estudios, otros simples soldados, pero todos estuvieron movidos por un sentimiento común: el de comprender que lo que estaban viviendo era un momento único en la historia de la humanidad que debía  ser perpetuado por escrito.
La cantidad de información que el estudioso puede encontrar en esas crónicas es muy abundante y variada pues abarca desde temas geográficos hasta antropológicos. Además son amenísimas y resulta un placer leerlas pues son verdaderas novelas de aventuras,  a veces narradas por los propios protagonistas y, otras, por curiosos recopiladores,  precursores de los periodistas de nuestro tiempo. 


Bienvenidos a mi Blog

Soy historiadora y mi área favorita de investigación es la historia colonial de los siglos XVI y XVII, en especial del Noroeste argentino. 
Considero importante destacar que mi fuente principal de investigación  son los documentos de la época entre los que se cuentan las crónicas de la conquista.
Quiero utilizar este espacio para compartir con ustedes mis escritos sobre historia y algunas reflexiones. 
Bienvenidos a mi Blog.