domingo, 30 de noviembre de 2014

La venganza, el placer de los dioses.

El Inca Garcilaso de la Vega cuenta que en  1549  el capitán Juan Núñez de Prado salió de Potosí rumbo a Tucumán. Había reunido sesenta hombres,  cada uno de los cuales llevaba  indios cargueros  para transportar sus pertenencias. Una ordenanza prohibía hacerlo, pero resultaba incumplible pues  como los animales de carga eran escasos y muy caros, la gente necesariamente se valía del ancestral recurso aborigen del carguero humano,  usado en toda América.
Para valerse de cargueros, el alcalde mayor de la ciudad, licenciado Esquivel, exigía el pago de una multa y así lo hicieron resignadamente Núñez de Prado y sus hombres. Todos excepto uno de apellido Aguirre  que llevaba dos cargueros, pero era tan pobre,   que no tenía dinero para pagarla. Era un hombre de aspecto insignificante,   pequeño de cuerpo y de ruin talle, caracterizado por un gran sombrero que solía usar, de quien Esquivel se aprovechó para mostrarse riguroso guardián de la ley: lo encarceló y lo sentenció a   doscientos azotes.  
La pena asombró a todos por excesiva y Aguilar -que no obstante su deslucido aspecto valoraba mucho su honra- le pidió a Esquivel que le diera pena de muerte antes que someterlo a la ignominiosa  azotaina,  pero la  sentencia se cumplió indefectiblemente en la plaza mayor. Sin embargo allí no terminó la historia pues Aguirre juró públicamente que mataría  a Esquivel para así limpiar su honra.
Esquivel al tanto  del juramento de Aguilar y como, además,  ya había cesado en su oficio,  decidió irse de Potosí, quizá creyendo que, al poner distancia, el vengador se olvidaría de su propósito, pero no sucedió así.
Se trasladó  a Lima, pero no hacían dos semanas que se había instalado, cuando un día, paseando por las calles, divisó la inconfundible silueta esmirriada de  Aguirre, con su gran sombrero,  que le seguía los pasos. Encuentros similares se repitieron mes tras mes hasta que el licenciado  resolvió mudarse a Quito.
Ya casi se había olvidado de Aguirre, cuando un domingo, en la iglesia, de pronto le corrió un escalofrío por la espalda: lo vio a pocos pasos de él, clavándole  sus ojillos de rata. A partir de entonces se repitió en Quito  lo ocurrido en Lima: Aguilar se le aparecía en el lugar y momento menos pensados hasta que decidió un tercer traslado, esta vez,  a Cuzco. Aguirre, nuevamente, fue en su seguimiento. 
En Cuzco Esquivel ocupó una casa frontera a la Iglesia Mayor donde lo visitó un amigo para advertirle que Aguirre había llegado a la ciudad  por lo que  le ofrecía  acompañarlo durante las noches,  pero el licenciado rechazó el ofrecimiento.  No obstante alardear de tranquilo,  no lo estaba del todo: salía poco de su casa, constantemente usaba una cota de malla bajo el sayo, y llevaba daga y espada, lo cual de nada le sirvió:
Y llegó el momento crucial. Era un lunes, mediodía y el sol de Cuzco brillaba. Hacían tres años y cuatro meses que Aguirre perseguía a Esquivel  aguardando el momento propicio para  cumplir el juramento que a sí mismo se había hecho. Esa mañana, como otras tantas, caminaba  rumbo a la casa de su perseguido y, al llegar, encontró las grandes puertas del zaguán abiertas. Pudo ver el amplio y luminoso patio, y observó que  en él no  había ninguna persona. Avanzó cauteloso unos pasos sin escuchar  ruido alguno. ¿Dónde estaban los sirvientes y familiares del licenciado? Parecía una vivienda vacía por lo que continuó adentrándose sin encontrar quien lo detuviera. Confiado,  subió a la planta alta,  atravesó varias habitaciones y llegó a una  donde Esquivel tenía su biblioteca. Allí lo encontró y en una forma como si el destino se lo brindara en bandeja:   ¡mientras leía, el licenciado se había quedado profundamente dormido,   con la cabeza apoyada sobre un corpulento volumen!
Aguirre se aproximó a él y con precisión  le asestó en la sien una puñalada. Aunque con ella  Esquivel ya quedaba muerto, le dio tres más en el cuerpo que no llegaron a la carne gracias a la cota, pero agujerearon el sayo.
Consumada su venganza, Aguirre, siempre sin hallarse con nadie, desanduvo camino y llegó hasta el zaguán. Allí se dio cuenta de que se le había caído su inconfundible  sombrero en la habitación del crimen, por lo que nuevamente ingresó a la casa,  subió al piso alto, lo recogió, se lo puso  y salió.
Si hasta entonces había mantenido una serenidad pasmosa, una vez en la calle se le desataron los nervios. Aturdido de  miedo se echó a caminar  sin destino fijo hasta que la suerte hizo que se topara con dos hermanos amigos suyos, dos ingeniosos caballeros  llamados Santillán y Cataño a quienes rogó que lo escondieran. Los hermanos vivían en una amplia casa que  al fondo  tenía un chiquero y allí escondieron a Aguirre.  
Entretanto, al descubrirse el cadáver del licenciado se armó gran revuelo y todos sabían quién era el culpable: Aguilar El corregidor  mandórevisar hasta el último rincón de Cuzco para dar con él, pero a pesar de la prolijidad de la pesquisa no lo encontraron.
Al cabo de treinta días  que fueron de martirio para el matador y sus amigos -de hecho encubridores del asesinato- el corregidor   dio por concluida la búsqueda, aunque  mantuvo el requisito de que nadie pudiera  abandonar Cuzco sin su autorización escrita por lo que puso rigurosas guardias en sus salidas. Estaba convencido de que el culpable permanecía, aún, en ella y de que, en cualquier descuido, huiría.   
Santillán y Cataño no veían  la hora de zafar de su tan comprometida situación y  pusieron en práctica un plan que habían urdido  para sacar a Aguirre de la ciudad:
Crecía en los campos un fruto denominado uítoc, que, dejado en remojo unos cuatro días, producía un líquido que, aplicado sobre la piel,  la oscurecía. Hicieron la preparación y luego bañaron con ella a Aguilar previamente pelado y afeitado. Al día siguiente comprobaron con satisfacción que estaba más negro que  un esclavo etíope, y, para completar la transformación, lo vistieron con unas ropas humildísimas. De esta manera quedaba todo  listo para dar el próximo, audaz  paso: salir de Cuzco para lo cual, una vez más, los hermanos habían compuesto un excelente plan:
Al mediodía y a vista de todos, salieron  de su casa, a paso tranquilo, montados en sendos caballos y más uno de repuesto. Parecía que iban de caza pues  Cataño llevaba un arcabuz  y Santillán,  un halconcillo en la mano.  Delante de ellos caminaba un “esclavo” con otro arcabuz al hombro. Cuando llegaron a la salida de la ciudad,  los guardianes les pidieron la  licencia del corregidor y entonces ellos representaron una bien ensayada comedia:
Santillán, con  expresión de quien confiesa una culpa,  dijo que había olvidado solicitarla, pero que iría de un galope hasta lo del corregidor para conseguirla. Luego, dirigiéndose a Cataño, agregó que si los guardianes lo autorizaban, continuara viaje, pero que caminara sin prisa, así él podría reunírsele pronto. Dicho esto espoleó el caballo y salió a galope tendido, rumbo a Cuzco.
Los guardianes autorizaron a Cataño a continuar viaje en compañía de su "esclavo" y ambos se alejaron sin dar muestras de apuro, pero cuando traspusieron el límite de la jurisdicción cuzqueña, se detuvieron. Cataño le dio a Aguilar  el caballo de repuesto, ropas decentes y dinero,  y le dijo: Hermano, ya estáis en tierra libre, que podéis iros donde bien os estuviere, que yo no puedo hacer más por vos.
Aguirre, conmovido hasta las lágrimas, lo abrazó y partió. Fue a Huamanga donde vivía un pariente, hombre bondadoso y adinerado que lo acogió como a propio hijo.  El color etíope  se le fue pronto por el recambio natural de la piel y, de lo que sabemos,  vivió feliz hasta el fin de sus días, satisfecho de haber lavado su honor. Y así termina la historia de quien, sin ser dios, se dio el placer de la venganza.   
Inca Garcilaso de la Vega

jueves, 27 de noviembre de 2014

Los habitantes de América conocen la escritura

Desde hace muchos siglos en nuestra cultura es tan habitual la práctica  de leer y escribir, que hemos perdido la conciencia de que las letras son una de las invenciones más extraordinarias de la humanidad. La dimensión de este prodigio la tuvieron los habitantes de nuestro continente que no habían desarrollado la escritura y al respecto el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo señala  que Una cosa de las que más se  han espantado los indios, de cuantas han visto entre los cristianos, son las letras, Y que por ellas nos entendamos con los ausentes.
El escuchar dictar una carta, y el que, después, otra persona la leyera repitiendo exactamente las palabras de quien la dictó, les parecía algo mágico, sobrenatural. El hecho que el papel expresara  ideas y sentimientos o narrara sucesos les producía atemorizado asombro que se acrecentaba cuando a algún indio le tocaba ser el mensajero o portador de esa carta. …llévanla con tanto respeto y temor… pues les parecía que también sabría decir la carta lo que el indio piensa o hace…, porque  creen que tiene  ánima… Hubo un caso en que el mensajero estaba tan aterrorizado del sólo hecho de aproximarse a una carta, que, para llevarla,  la ató con un cordel,  a un palo  para, de ese modo,  poder   mantenerla  lejos de su cuerpo.
Hubo otro caso pintoresco protagonizado por el capitán Gonzalo de Badajoz: Había escrito una carta  y pidió al cacique del pueblo del cual era encomendero  que se encargara de enviarla al destinatario. El cacique, en una actitud de falta de respeto, curioso por saber qué informaba  su amo,  le encargó al indio mensajero con quien la despachaba, que le preguntase en el camino a la carta… algunas cosas…
 Cuando el mensajero regresó, le contó al cacique que  había interrogado a la carta tal como él le encargó, pero que  ésta no le había querido responder a nada  y que creía que maliciosamente… no quería hablar sino con los cristianos.
El cacique quedó desconcertado, pero hubo algo que lo asustó:  que el indio le dijo creer que la carta le había revelado  al amo lo que él le ordenó hacer, por lo cual el cacique, de temor a un castigo,  huyó.  Pocos días después fue apresado y cuando Badajoz le preguntó por qué había huido pues no se le había hecho… mal tratamiento alguno, intentó zafar de su comprometida situación culpando al mensajero por lo sucedido.
Dijo que él sabía que la carta le había dicho lo que su indio le había preguntado…, y  que aquel indio era bellaco -taimado-  porque el cacique no… le había mandado hacer algo tan irrespetuoso para con su amo como preguntar a la carta cuál era su contenido; por esta razón lo había  muerto en castigo.
Badajoz lo escuchó, pero no lo sacó de su error; por el contrario,  para escarmentarlo por su indebida curiosidad, le respondió que, efectivamente,  las cartas todo lo entienden… especialmente cuando se trata contra los cristianos, y ellos les tienen mandado que… no hablen con los indios ni les descubran ningún secreto. Y así se lo creyó este cacique, y de astuto el capitán quiso dejarle en esta sospecha. 

martes, 25 de noviembre de 2014

Síntesis del libro POBLAR UN PUEBLO

EL COMIENZO DEL POBLAMIENTO DE ARGENTINA EN 1550
En junio de 1549 el Lic. Pedro La Gasca, gobernante del Virreinato del Perú, designó a Juan Núñez de Prado capitán general y justicia mayor, y le dio comisión y mandato para poblar un pueblo en el Tucma o Tucumán,  situado al sur de la actual provincia homónima, porque Desde allí se podrá abrir camino para el Río de la Plata, porque por aquella provincia entraron los que fueron con Diego de Rojas…
Varios de los sesenta hombres que integrarían la expedición eran veteranos de la entrada  y fueron quienes eligieron ese lugar por considerarlo el más adecuado para fundar un pueblo que fuese base de la conquista del territorio descubierto. Quedaba en la quebrada llamada entonces De los Andes de Tucumán, hoy Del Portugués, y tenía un pro y varios contras. Comencemos por los contras:
Ubicación mediterránea en tiempos en que el modo más veloz de comunicarse con el mundo era la navegación.
La distancia al mar,  tomada en línea recta, era de más de 1.000kms.
Si bien  un río corría por la quebrada,  no era navegable.
En cuanto a las distancias -siempre tomadas en línea recta- a las  ciudades españolas a las cuales recurrir por ayuda, eran las siguientes: Tarija, la ciudad altoperuana más próxima,  estaba a unos 600kms. por camino montañoso; Copiapó, en Chile, a unos 700kms. tramontando una Cordillera intransitable durante el invierno.
Con estos factores en contra, si los conquistadores hubiesen sometido el proyecto a consideración de un consultor de empresas,  probablemente hubiese diagnosticado que era inviable, pero ahora veamos el pro del lugar seleccionado:
La quebrada elegida era la más cómoda vía natural entre la llanura por la que se llegaba al Plata y los Valles Calchaquíes por donde corría la red vial inca que comunicaba con Perú y  Chile donde se levantaban las  ciudades  antes mencionadas. Es decir, que el sitio tenía un valor geopolítico muy grande para ese momento histórico por lo que convenía  tomar posesión de él fundando una ciudad. Así lo hizo Núñez de Prado que el 29 de junio de 1550, al sur del paralelo 27°, fundó la que llamó Barco en homenaje a su comitente, el Lic. La Gasca, nacido en Barco de Ávila.
Pero ocurría que el estratégico Tucumán ya tenía dueño. Era Pedro de Valdivia, gobernador de Chile, una Gobernación  que abarcaba parte de actual territorio argentino, desde la Cordillera de los Andes hasta el meridiano 64° y desde el paralelo 27° al 41°; es decir,  que Núñez de Prado había fundado  en territorio chileno.
Este hecho originó un complejo conflicto jurisdiccional que lo obligó a trasladar  la ciudad, primero, a Tolombón en los Valles Calchaquíes y, después, a las márgenes del río  Dulce entonces llamado Del Estero. En día llegó allí, sorpresivamente, un enviado de Valdivia, Francisco de Aguirre, que depuso a Núñez de Prado,  lo despachó preso a Chile y rebautizó Barco con el nombreSantiago del Estero. Con él ha pasado a la Historia, es capital de la provincia homónima y  la más antigua ciudad de Argentina.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Los aborígenes y la guerra química

Quien piensa que las armas químicas son invención moderna, se equivoca. Existen desde los comienzos de la humanidad y  fueron usadas por los más diversos pueblos, entre otros,  por los aborígenes americanos que eran expertos en ellas.
Se valían de gases letales  y  de púas y flechas envenenadas con  substancias mortíferas.  Entre los gases, el más usado era el de ají, fruto americano algunas de cuyas especies  tienen zumos  extraordinariamente irritantes. En las guerras, ciertos pueblos acostumbraban quemar grandes cantidades para producir  humaredas que,  con la ayuda del viento,  empleaban contra sus enemigos como estornudatorio, es decir, como desencadenante de una seguidilla de estornudos  tan violentos, que los dejaban imposibilitados de defenderse. Tan brutal  era el efecto de este humo o gas,  que hacía abortar a las mujeres.
Lo empleaban no sólo contra los enemigos, sino para ejecuciones: encerraban al condenado en una cámara y le daban humazos de ají hasta que moría. Entre los incas, al culpable de tener amores con alguna Virgen del Sol, lo colgaban por los pies sobre brasas en las que humeaba polvo de ají.  Finalmente, los mexicas lo usaban en cantidades pequeñas  para castigar a  niños desobedientes.
Ciertos aborígenes de una región de Canadá mezclaban venenos provenientes de hojas de árboles, de hierbas y frutos,  y luego  quemaban la mezcla sobre haces de leña untada con grasa de lobo marino lo que producía un humo espeso y pesado que tenía la ventaja de no dispersarse fácilmente en el aire, y que, si no mataba al enemigo, por lo menos lo cegaba dejándolo fuera de combate.
El arma química más difundida era la yerba  venenosa, quizá por ser de más fácil aplicación y no depender de los vientos. Aunque el término yerba  induzca a pensar en substancias de origen vegetal, los componentes del veneno solían incluir  algunas de origen animal.
Cada tribu poseía su fórmula secreta y en la composición se mezclaban jugo y  savia de plantas tóxicas, veneno de hormigas, alacranes, víboras, arañas, medusas,  alimañas ponzoñosas, y todo ello se cocinaba junto. Era requisito fundamental que la operación se realizara en sitio alejado del poblado pues el humo que despedía la cocción era tan letal, que las personas encargadas de prepararla -mujeres esclavas o viejas-, solían  morir de sólo aspirarlo  lo cual era una macabra garantía de calidad  del menjunje.
 Luego dentro de él se echaban pequeñas púas acanaladas y se dejaban un rato  para que se embebieran, tras lo cual quedaban listas para usar. Las colocaban  entre el follaje que bordeaba las sendas y en las puntas de las flechas. La púa era tan aguda que penetraba profundamente en la carne donde el veneno comenzaba a dispersarse por el torrente sanguíneo.
Había venenos de acción rápida como el curare y el pakurú, que mataban en una hora, pero había otros extremadamente crueles que provocaban una larga y desesperante agonía de hasta una semana de duración. De este tipo fue  el que emplearon contra el capitán Diego de Rojas.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Comunidades aborígenes en la ruta de Diego de Rojas

Cuando en la primera mitad del siglo XVI llegaron los conquistadores españoles,  nuestro país estaba escasamente poblado por sólo unos  340.000 individuos para sus casi 2.800.000 kms2 de extensión.
Esta población se distribuía de manera irregular formando comunidades asentadas en el noroeste,  centro oeste y sierras centrales, a lo largo de los ríos Dulce y Salado, y de los grandes ríos de la cuenca del Plata dejando entre sí extensas áreas deshabitadas.
Si algo caracterizaba a estas comunidades,   analizadas en su conjunto,  era su variedad. En la región valliserrana del noroeste, -la más densamente poblada- en  las Provincias de Chicoana y Quiri-quiri  los españoles las hallaron de alto grado cultural, sedentarias, agroalfareras y pastoras, que habían recibido la influencia cultural incaica. Vestían coloridas túnicas de lana,  su lengua madre era el kakán, pero también hablaban el quichua impuesto por los incas, hecho que permitió a los españoles comunicarse fácilmente con ellos mediante intérpretes. Pertenecían a la raza ándida, baja y recia.
Cuando los españoles llegaron  a la llanura tucumano-santiagueña se encontraron con el pueblo de Capaya  también sedentario, agroalfarero y pastor, aunque menos sofisticado  que los pueblos valliserranos. Sus habitantes vestían túnicas o faldellines de plumas muy galanos. Su lengua madre era la tonocoté  y aunque no fueron vasallos de los incas, conocían el quichua por el contacto asiduo con las comunidades por ellos conquistadas. Algo que asombró mucho a los españoles fue la diferencia racial entre los ándidos y los habitantes de la llanura pues éstos eran esbeltos, de contextura atlética y tan altos, que los describieron como medio gigantes.
Desde  Capaya los españoles continuaron con rumbo sudeste y pasaron por la Provincia de Tesuna  donde sólo encontraron bandas de gente sin orden, nómade, que vivía de la caza y la recolección.
Prosiguieron la marcha y llegaron  a la Provincia de Soconcho,  polo opuesto de Tesuna: caseríos levantados a lo largo del río Dulce, florecientes maizales y abundantes pesquerías. Racialmente sus pobladores eran como los tonocotés y  hablaban la lengua jurí muy similar a la de éstos y también el  quichua.
Tan floreciente era el lugar, que fundaron allí una ciudad  llamada Medellínconcebida como base de la conquista del territorio que descubrieran, pero lamentablemente un incendio la redujo a cenizas juntamente con todo el alimento recogido para pasar el invierno. Los aborígenes les dijeron que el único lugar donde hallarían qué comer estaba en actual Catamarca que también había sido conquistada por los incas. Entonces tramontaron las sierras de Ancasti o del Alto y llegaron al pueblo del cacique  llamado Lindón quien hablaba quichua y los recibió con hospitalidad.
Transcurrido el invierno y recogida la nueva cosecha, los españoles cargaron suficiente maíz y carne seca que les dio Lindón, retomaron el rumbo sudeste y llegaron a actual Córdoba habitada por los  Comechingones. Eran muy belicosos y como no fueron conquistados por los incas, desconocían el quichua lo que dificultaba la comunicación. Eran agroalfareros y pastores, vestían túnicas muy adornadas de chaquira y  vivían en curiosas casas-pozo, pero lo que asombró a los españoles fue  que no eran lampiños como la generalidad de los aborígenes, sino que tenían barba como los cristianos.
Aquí, en tierra de comechingones,  se dividió la hueste descubridora: una mitad quedó en un pucará construido en lo alto de un cerro y la otra continuó con rumbo sudeste siguiendo el curso del río Tercero-Carcarañá. Durante largos y tediosos días  marcharon  por  pastizales desérticos y sólo al llegar a la que llamaron Provincia de Yanoana se encontraron con bandas nómades que los atacaron; les llamó la atención su vestimenta que no era de lana o plumas, sino de cuero labrado y pintado.
Finalmente un día de otoño de 1545 llegaron al Paraná incluido, entonces, en la denominación Río de la Plata. ¡Habían alcanzado su objetivo de hallar el camino entre Cuzco y el gran río!
Estaban agotados de cansancio y, sobre todo, famélicos, pero, para aflicción suya, la margen occidental del río a la que habían llegado estaba despoblada. Los habitantes, llamados Timbúes, tenían sus caseríos en la margen oriental, más alta y protegida.  Se movilizaban en canoas y cuando los españoles intentaron comunicarse con ellos para pedirles comida, recurriendo al quichua y a  todas las lenguas que habían ido conociendo en su marcha,  ellos no dieron señas de comprenderlos; por el contrario, en evidente acto de burla, preparaban en sus canoas pescados cocinados en su propia enjundia que despedían el olor más apetecible posible. Así, hasta que un día  se aproximó a la costa una canoa donde viajaba el cacique Corundá quien les habló en español,mal aljamiado como señalan las crónicas, pero español al fin, aprendido del contacto que desde hacía años los timbúes mantenían con los españoles de Asunción. Los trató muy mal, los conminó a irse, pero los hambreados españoles, recurriendo a un ardid, tomaron un rehén y así consiguieron que Corundá  les diera   alimentos. 
Hubieran deseado llegar a Asunción, pero la costa occidental del Paraná era un cenagal, por lo que decidieron regresar al Perú. Cuando pasaban por Tucumán, se encontraron con una última sorpresa: bandas de indios Lules, nómades, depredadores y, según decían otros aborígenes, comedores de carne humana.
Hacia abril de 1546 los sobrevivientes llegaron a Perú donde ya los daban por muertos. Cuando les contaron su increíble hazaña de haber hallado el camino entre Cuzco y el Río de la Plata, con admiración comenzaron a distinguirlos con el calificativo de  Los hombres de la entrada. Muchos de ellos estaban decididos a regresar a la tierra descubierta para poblarla y colonizarla, y así lo hicieron cuatro años después.
Diego de Rojas

sábado, 22 de noviembre de 2014

Un misterioso y terrible veneno

¿Cuál fue el veneno que mató a Diego de Rojas y cuál su contrahierba o antídoto?  Es un misterio que la Historia plantea a los investigadores.
El veneno era inoculado a la víctima mediante una púa muy pequeña, colocada en la punta de la flecha que arrojaba el atacante, diseñada de tal  modo que quedaba en el interior de la carne para descargar su ponzoña en el torrente sanguíneo,  aunque la flecha se desprendiera o fuese arrancada. Por lo tanto, para retirarla era imprescindible abrir la herida y hurgar hasta hallarla.
El veneno actuaba de la siguiente forma: entre el flechazo y la muerte se desarrollaba un proceso de cinco a ocho días  de duración, en el cual el envenenado padecía dolores terribles, acompañados de desesperación rayana en la locura aunque, aparentemente, conservaba la lucidez.
Los cronistas no dicen -porque no lo sabían- cuál era la composición del veneno; se limitan a hablar de hierba yerba dándole, así, tácitamente, un origen vegetal. En mi opinión y basándome en los datos aportados por las fuentes, las substancias que lo componían tenían una estrecha relación con el calor y la humedad, puesto que los indios comenzaron a usar flechas envenenadas o  enerboladas durante la plenitud del verano y coincidentemente con el comienzo de la temporada de lluvias. Antes no las usaron,  no obstante haber tenido encuentros con los españoles.
El uso de flechas envenenadas con el veneno que mató a Rojas tenía un área de dispersión geográfica perfectamente definida, coincidente con la que ocupaban tonocotés y juríes que,  según algunos estudios, eran  parcialidades de una sola nación: el sur de la provincia de Tucumán y la zona de la provincia de Santiago del Estero comprendida entre el río Dulce y las Sierras de Ancasti.
En cuanto a la contrahierba, según lograron descubrir los españoles después de sufrir muchas  muertes por envenenamiento, incluso de caballos, se preparaba con dos hierbas diferentes que crecían donde estaba fresco (¿en la sombra?), en la ribera de un río. Ambas se majaban; el zumo de una se bebía y aparentemente servía de purgante; el de la otra se vertía dentro de la herida, de la que previamente se había extraído la púa envenenada, condición imprescindible junto con una dieta rigurosa de varios días de duración.

Síntesis del libro "Los hombres de la entrada". Historia de la expedición de Diego de Rojas:

El capitán Diego de Rojas salió de Cuzco en mayo de 1543 con el propósito de buscar un camino que uniera esa ciudad con el Río de la Plata, puerta al Océano Atlántico. 
     Planeaba hacer la entrada” por el Tucma o Tucumán, pero prácticamente no contaba con datos geográficos sobre el territorio donde haría la búsqueda. Los únicos datos ciertos que tenía eran que  el Plata quedaba hacia el sudeste y que en su área había fundada una ciudad española -Asunción-; sin embargo tenía fe en que recabaría información durante la marcha, como realmente sucedió:
     Hacia septiembre llegó a la provincia de Chicoana, en los Valles Calchaquíes. Era un pueblo importante, de mucha producción agrícola, que correspondería a las actuales ruinas de La Paya. Allí Rojas descubrió que los aborígenes tenían gallinas de Castilla de la variedad Gallus Galli,que no eran otras que las aves de corral hoy tan comunes. Las llamaban así, de Castilla -que equivalía a decir España- para diferenciarlas de lasgallinas de la tierra como el pavo, por ejemplo.
      Lo sorprendió mucho el hallazgo pues no eran originarias de América sino traídas por los conquistadores desde el Viejo Mundo por lo que resultaban indudable indicio  de presencia española que él asoció con los de Asunción. Preguntó a los aborígenes dónde las habían conseguido y ellos le respondieron que pasando las montañas -las Sierras del Aconquija-, del Tucma situado al sudeste, dirección en donde, justamente,  estaba el Río de la Plata.
     Tramontó el Aconquija, llegó al Tucma y continuó avanzando con  rumbo sudeste. En actual Santiago del Estero murió víctima de una flecha envenenada hacia mediados de enero de 1544,  pero sus expedicionarios continuaron la marcha -extremadamente sacrificada por cierto- y en mayo de 1545   llegaron al río Paraná, entonces incluido en la designación Río de la Plata. ¡Habían descubierto el camino que cambiaría la historia del Cono Sur abriendo una salida directa al océano Atlántico! ¡El camino que luego se llamó Camino Real, columna vertebral del Virreinato del Perú y, después, del Virreinato del Río de la Plata!


jueves, 20 de noviembre de 2014

La ciudad en Ibatín. La primera San Miguel de Tucumán. 1565-1685

En la segunda mitad del siglo XVI, cuando los españoles comenzaron la conquista y colonización del Noroeste argentino, el sur de la provincia de Tucumán -denominado Tucma por los incas- tenía un gran valor geopolítico. En él se unían las montañas por donde corrían los caminos incas a Perú y Chile -los únicos existentes entonces- con la llanura por la cual la expedición de Diego de Rojas había llegado al Río de la Plata, puerta al Océano Atlántico. Por este motivo tres veces los españoles fundaron en la región como punto de apoyo del trayecto Santiago del Estero-Perú,  pero sólo la tercera fundación arraigó. Fue San Miguel de Tucumán, fundada en el sitio llamado Ibatín por los indígenas, en la desembocadura del camino natural de la Quebrada del Portugués que unía el sur tucumano con los Valles Calchaquíes.
La ciudad duró 125 años, desde 1565 a 1685,  durante los cuales  pasó  de una etapa de  prometedor crecimiento a una de decadencia irremediable. La causa principal de esto fue  el surgimiento de un nuevo camino que pasaba por Esteco,  ciudad fundada pocos meses después que San Miguel de Tucumán junto al río Salado, en el sur de Salta.  Era mucho más cómodo de andar porque corría por terreno llano o moderadamente ondulado evitando el fragoso trayecto por la quebrada  y por los valles. Salía de Santiago del Estero y  se dirigía al Perú sin pasar por  San Miguel de Tucumán en Ibatín, por lo que esta ciudad quedó fuera del movimiento comercial y comenzó a decaer. Esto la obligó a  mudarse al sitio que actualmente ocupa, llamado La Toma,   para poder sobrevivir. Allí está, pujante, desde hacen 329 años. 

FaceBook de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán

Los invito a poner un "Me Gusta" en el Facebook de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.
https://www.facebook.com/pages/Junta-de-Estudios-Historicos-De-Tucuman

Los cronistas y su legado

Ignoro si hay otra conquista en la que, como la de América por España,  el conquistador haya escrito tanto sobre el conquistado, al extremo de que si conocemos la historia de mayas, aztecas,  incas y otras culturas aborígenes no es tanto por lo que ellos registraron sobre sí mismos, sino, primordialmente,  por  los testimonios de los cronistas españoles.
Afortunadamente fueron muchos: Bernal Díaz del Castillo, Bernardino de Sahagún, Pedro Cieza de León, Pedro Sarmiento de Gamboa, Juan de Betanzos, Ulrico Schmidl para nombrar sólo a unos pocos.  Algunos fueron gente con estudios, otros simples soldados, pero todos estuvieron movidos por un sentimiento común: el de comprender que lo que estaban viviendo era un momento único en la historia de la humanidad que debía  ser perpetuado por escrito.
La cantidad de información que el estudioso puede encontrar en esas crónicas es muy abundante y variada pues abarca desde temas geográficos hasta antropológicos. Además son amenísimas y resulta un placer leerlas pues son verdaderas novelas de aventuras,  a veces narradas por los propios protagonistas y, otras, por curiosos recopiladores,  precursores de los periodistas de nuestro tiempo. 


Bienvenidos a mi Blog

Soy historiadora y mi área favorita de investigación es la historia colonial de los siglos XVI y XVII, en especial del Noroeste argentino. 
Considero importante destacar que mi fuente principal de investigación  son los documentos de la época entre los que se cuentan las crónicas de la conquista.
Quiero utilizar este espacio para compartir con ustedes mis escritos sobre historia y algunas reflexiones. 
Bienvenidos a mi Blog.