martes, 25 de agosto de 2015

La estafa social, económica y política más insólita de la historia colonial

El andaluz Pedro Bohórquez fue artífice de un engaño masivo. Dos años reinó entre los temibles y rebeldes indios calchaquíes pobladores de las inexpugnables montañas del noroeste argentino, asentando su poder sobre un triple embuste:

A los calchaquíes les dijo que era auténtico soberano suyo, descendiente directo del último Inca Atahualpa y que venía a liberarlos del yugo español.

A los españoles de las ciudades, que sometería a los indómitos calchaquíes y que éstos le revelarían la ubicación de riquísimos yacimientos.

A los misioneros jesuitas que desde años atrás intentaban infructuosamente evangelizarlos, que él los convencería de convertirse al catolicismo.

Todo resultó un descomunal engaño que, comenzando como una comedia, terminó en la tragedia de la Tercera Guerra Calchaquí entre españoles e indios.

La historia está narrada en mi libro Pedro Bohórquez, el Inca del Tucumán. 1656-1659 que ha llegado, ya, a su séptima edición.

domingo, 16 de agosto de 2015

Más sobre el viaje transatlantico

Así como las naves del siglo XVI carecían de compartimentos especiales para los viajeros, tampoco brindaban servicios gastronómicos. Por lo tanto, éstos debían llevar su propio matalotaje, es decir,  el alimento que calculaban que el grupo familiar y allegados consumirían durante los dos meses de viaje. Estaba compuesto por alimentos secos o conservados: aceite, vino, pescado, garbanzos, arroz, embutidos, aceitunas, ajo, queso, pasas, golosinas pues lo único de lo que se los proveía en la nave -y racionadamente- era de agua que, tras varios días en barricas adquiría un sabor abombado. Algunos viajeros llevaban plantas del Viejo Mundo  para aclimatarlas en el Nuevo a las que, suponemos, se les asignaría su propia ración de líquido.

El pasajero también debía llevar lo siguiente:

1.Vajilla y recipientes para cocinar en el único fogón compartido por todos que se encendía en la cubierta de la nave siempre y cuando hiciera buen tiempo.

2.Equipo de dormir: colchón delgado, almohada y frazada que cada noche extendería en algún rincón  de cubierta  y que enrollaría al despertar, antes del comienzo del trajín de gente y tripulantes.

3.Ropa recia que aguantara sol, lluvia y maltrato. También naipes, dados, libros y alguna guitarra para pasar las largas horas del día.

Agreguemos que sacerdotes y hombres prudentes solían recomendar que, antes de embarcar, el viajero hiciera su testamento, se confesara y comulgara. También que  se purgara  para emprender la aventura transoceánica libre de humores dañinos.

Como era el viaje transoceánico

El viaje transoceánico entre España e Indias era una experiencia sacrificada. En primer lugar,  las naves estaban pensadas sólo para llevar tripulación y carga, no los 20 o 30  pasajeros que solían embarcarse. Entonces, ¿dónde se acomodaban éstos? En algunas pocas naves existían cámaras para 12, 6 o 3 personas, pero a veces  tocaba lo que le tocó al oidor Eugenio de Salazar que viajaba con esposa y dos hijos, quien debió contentarse con una camarilla que medía 0,63m. de altura y 1,05m. de largo. ¿Y qué ocurría con los pasajeros que no podían darse el “lujo” de una cámara? Se ubicaban en algún lugar de la cubierta donde pasaban el día, comían y dormían apretujados, sometidos a la intemperie pues sólo en caso de tempestad  les permitían bajar a la sentina que, por otra parte, siempre estaba  maloliente. Muy pocos lograban gozar de un espacio en la cabina del capitán, pero este privilegio era sólo para funcionarios o grandes personajes.

Uno de los aspectos más desagradables del viaje era la falta de intimidad ya que todo se hacía a la vista de los restantes viajeros, incluso las necesidades en las letrinas ubicadas a cielo abierto, o bien en las ballesteras destinadas a hacer disparos de artillería que así adquirían una nueva función.

La mortandad entre los viajeros a Las Indias

Poco suele hablarse de la mortandad que se producía entre quienes viajaban de España a Indias que, antes de llegar a su destino americano, pasaban por varias pruebas de supervivencia.

La primera era el viaje transoceánico durante el cual padecían la amenaza de naufragios; de ataques de piratas y corsarios; de enfermedades provocadas por la mala alimentación -como el escorbuto-;  por el hacinamiento;  por  plagas transmitidas por ratas, pulgas, piojos, chinches y cucarachas que superaban en varias cifras el número de los humanos; por la falta de higiene a la que contribuirían los animales originarios del Viejo Mundo que se llevaban en las naves: caballos, vacas, gallinas, etc.

Y cuando el viajero llegaba a las Indias le esperaba la segunda prueba de supervivencia ya que desembarcaban  en puertos situados en tierras calientes como Santo Domingo, La Habana, Veracruz, Cartagena, Nombre de Dios o Portobello donde a menudo contraían enfermedades endémicas como la malaria. A aquellos que viajaban al Perú les aguardaba otra prueba más: atravesar el Istmo de Panamá   una de las regiones más malsanas del mundo, para llegar al Océano Pacífico donde volvían a embarcarse rumbo  a su destino. Es decir, que había una implacable selección natural a causa de la que, según algunos investigadores, moría el 15% de los viajeros, según otros, el 25%.

viernes, 14 de agosto de 2015

Los primeros españoles en America

En 1493, en su segundo viaje,  Cristóbal Colón fundó en actual Santo Domingo la primera ciudad hispana en América a la que llamó Isabela en homenaje a la reina Isabel la Católica. A partir de esa fecha hasta el final del siglo XVI vinieron desde España  entre 250.000 y 280.000 inmigrantes de los cuales el 25% eran mujeres. Sus edades oscilaban entre los 14 y los 30 años. La mayoría era originaria de Andalucía seguida por los originarios de Castilla y Extremadura y, en menor escala, del país vasco y Galicia.  Se establecieron en el continente fundando más de 200 ciudades en un área que se extendía desde el sur de Estados Unidos hasta Valdivia en Chile, y Mendoza y el Río de la Plata en Argentina.