martes, 14 de marzo de 2017

Sucesos diversos de la conquista de America. SUCESO SÉPTIMO

Otro animal originario del Viejo Mudo que para los indios resultó portentoso fue el buey. El Inca Garcilaso de la Vega, siendo niño, asistió a la llegada de los primeros de su especie a los campos de Cuzco y dejó una vívida descripción de esa experiencia:
Los primeros bueyes que vi arar en el valle de Cuzco, año de mil y quinientos y cincuenta… eran de un caballero llamado Juan Rodríguez de Villalobos…; no eran más de tres yuntas; llamaban a uno de los bueyes Chaparro y a otro Naranjo y a otro Castillo; llevóme a verlos un ejército de indios que de todas partes iban a lo mismo, atónitos y asombrados de una cosa tan monstruosa y nueva para ellos y para mí… Los domaron fuera de la ciudad…  y cuando estuvieron diestros, los trajeron al Cuzco, y creo que los solemnes triunfos de la grandeza de Roma no fueron más mirados que los bueyes aquél día… Acuérdome bien de todo esto, porque la fiesta de los bueyes me costó dos docenas de azotes:… unos me dio mi padre porque no fui a la escuela; los otros me dio el maestro, porque falté de ella… 
El buey ayudó al ser humano en labores tan dispares como arar los campos y movilizar un vehículo revolucionario para su lugar y tiempo: la carreta. Hasta el día de hoy, en localidades de Bolivia y Perú, los pobladores acostumbran colocar, sobre el techo de sus viviendas, la figurilla de un buey como advocación  a la prosperidad.

Garcilaso también cuenta que  hubo un español que introdujo camellos en el Perú. No fue un despropósito porque la llama,  la vicuña,  la alpaca y el guanaco,  típicos del área andina,  pertenecen a la familia de los camélidos. El introductor fue Juan de Reinaga que por seis hembras y un macho pagó la alta suma de ocho mil y cuatrocientos ducados, pero no tuvo suerte con su inversión: no se adaptaron al país y finalmente desaparecieron.
                                                                                                                        Teresa Piossek Prebisch

domingo, 12 de marzo de 2017

Sucesos diversos de la conquista de America. SUCESO SEXTO


El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo escribe que cuando el español fundaba una población, la dotaba de todas las maneras de animales domésticos e útiles al servicio de los hombres y también  de todas las simientes originarios del Viejo Mundo. Lo que no imaginaba el introductor era cómo la naturaleza del Nuevo influiría en el comportamiento  de esas especies foráneas,  sobre todo en los animales.  El ganado, acostumbrado en España a la limitación de corrales y cuadras, al encontrarse ante la amplitud americana  descubrió un panorama de abundancia y libertad que lo llevó a  desbordar las estancias, sortear los cercos y desperdigarse adueñándose del espacio virgen como en un deseo de librarse del control humano. Se reprodujo asombrosamente y cada especie formó una suerte de comunidad salvaje que llenó los campos.  El cronista señala que hasta los tranquilos gatos domésticos cambiaron; afirma que se les activó la lujuria  debido a lo cual  se reproducían con frecuencia mayor a la acostumbrada en el Viejo Mundo y se fueron al monte donde hallaban muchos ratones y lagartijas que comer y así olvidan las casas y nunca vuelven a ellas. Ante lo asombroso del fenómeno y para expresarlo de alguna manera, los españoles tomaron de la lengua indígena arawak una palabra que significa, justamente,  indómito:  cimarrón. La peor  comunidad cimarrona era  la de los perros salvajes que se han ido al monte y son peores que lobos. Algo semejante ocurrió con los vegetales que, excediendo el disciplinado marco de los sembrados, se propagaron como si fueran maleza alimentados por el fértil humus de  las tierras americanas.


                                                                                                                         Teresa Piossek Prebisch

Sucesos diversos de la conquista de America. SUCESO QUINTO

En América no había ningún animal que se equiparara al caballo, que reuniera sus condiciones de tamaño y alzada imponentes, vigor, velocidad y compenetración con  el jinete que lo montaba. En las expediciones y en las batallas ambos se complementaban  y hubo casos en que mientras aquél peleaba con su lanza y espada, el caballo lo “ayudaba” mordiendo al adversario como si fuera perro.
Hay anécdotas protagonizadas por caballos, una de ellas muy curiosa narrada por  Gonzalo Fernández de Oviedo: Un grupo de españoles  de a pie intentaba, desde hacían seis días, ingresar a un valle, pero los indios de un pueblo allí levantado, alertas ante el avance de gentes extrañas, nunca vistas,  se lo impedían fieramente. La sexta noche, exhaustos ambos contendientes, se retiraron a descansar, los indios a su pueblo y los españoles a su campamento donde les llegó el refuerzo de varios jinetes. Mientras dormían, se soltaron tres o cuatro caballos que, inquietos por algo, huyeron a donde estaban los enemigos e irrumpieron en el pueblo galopando y atropellando cuanto hallaban a su paso. Los indios  se despertaron y, al salir de sus chozas, en la penumbra nocturna distinguieron varios bultos amedrentantes y como no sabían qué cosa eran los caballos, y sintieron su estruendo y relinchar, y vieron la furia e ímpetu con que entraban, pensaron que los iban a comer y, aterrados, huyeron a los cerros abandonando el pueblo. Cuando los españoles se despertaron,  comprobaron afligidos que les faltaban caballos, les siguieron el rastro y los encontraron vagando como dueños y señores por el caserío. Y así fue cómo unos cuantos  caballos “tomaron” un pueblo sin que mediara batalla alguna.


                                                                                                                        Teresa Piossek Prebisch

Sucesos diversos de la conquista de America. SUCESO TERCERO

El conquistador Juan Ponce de León tenía un perro que integraba su hueste. Se llamaba Becerrico y el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo cuenta que era de grande entendimiento y denuedo, y poseedor de una excepcional intuición para distinguir entre los indios mansos a quienes no agredía, de los mal intencionados o huídos con los que resultaba implacable. Los perseguía, los tomaba del brazo con sus poderosos dientes y los regresaba al lugar de donde se fugaron; si se resistían,  los mataba. 
Cierta vez, después de una batalla con los indios en que se tomaron muchos  prisioneros, un español concibió una burla cruel con una india vieja  prisionera: le entregó una carta para que la llevara a Ponce de León que acampaba a cierta distancia y, cuando partió, ordenó a Becerrico ir tras ella como si fuese una fugitiva. Cuando la vieja se vio perseguida por el  aguerrido animal,  sin perder la calma asentose en la tierra y en su lengua le decía: “Perro, señor perro, yo voy a llevar esta carta al señor gobernador…” explicándole que no se fugaba, sino que cumplía una orden, pero no era  necesaria la explicación porque Becerrico ya había captado la realidad. No sólo  la trató mansamente, sino que la acompañó hasta donde estaba Ponce de León quien, al enterarse del suceso, sancionó al autor de la burla y vista la clemencia que el perro había usado, hizo llamar a la pobre india y no quiso ser menos piadoso de lo que había sido el perro y ordenó liberarla.
Tantas batallas ganaron los españoles con la ayuda de Becerrico, que le asignaron un sueldo. Murió en su ley, en acción, de un flechazo durante un encuentro con indios caribes y su muerte fue sentida como la de un ser humano querido y admirado.

                                                                                                                         Teresa Piossek Prebisch


Sucesos diversos de la conquista de America. SUCESO SEGUNDO

En América existían unos perrillos pequeños que se criaban domésticamente con fines alimenticios. Ni en talla, porte y agresividad se comparaban al perro del Viejo Mundo y, de entre éstos, al lebrel. Es de la familia del galgo, delgado, recio, ágil,  veloz y muy inteligente; los españoles lo entrenaban para la caza y la guerra causando  estupor en los indios. Al respecto hay una historia que me conmovió, que narra el soldado-cronista Bernal Díaz del Castillo quien, en 1518,  participó de una exploración a la Península de Yucatán.  En la nave viajaba una lebrela que desembarcó con los exploradores en un lugar que denominaron Boca de Términos para recoger agua y cazar, y, con su ayuda, cazaron nada menos que diez venados. Con esta valiosa carga volvieron a embarcarse pero, al momento  de hacerlo y por mucho que la llamaron, la lebrela no apareció por lo que zarparon sin ella pensando que tuvo un accidente y murió.
El año siguiente, 1519, se produjo el viaje de Hernán Cortés prolegómeno de la conquista de Méjico, de la que también participó Díaz del Castillo. Siguiendo el mismo itinerario  que el año anterior llegaron a Boca de Términos y ¿a quién creen que divisaron en la playa? A la lebrela.  Había sobrevivido durante doce meses aguardando diariamente que volvieran sus gentes a recogerla hasta que un día le llegaron del mar ruidos que ella conocía: las quillas de las naves hendiendo las aguas, el viento batiendo las velas y, sobre todo, voces castellanas.  Corrió a la costa y el cronista  cuenta que estaba halagando con la cola y haciendo otras señas de halagos  y, cuando estuvieron próximos, se vino luego a los soldados y se metió con ellos en la nao. Agrega el cronista que no obstante haber pasado un año de soledad, estaba gorda y lucía muy bien.


                                                                                                                     Teresa Piossek Prebisch