martes, 25 de septiembre de 2018

Enfermos, medicos y curaciones en Crónicas de la Conquista. Parte 8

¿Y con qué servicio médico contaban esos soldados conquistadores para aliviar sus sufrimientos? Díaz del Castillo  menciona dos personajes integrantes de la hueste de Cortés:
Uno que era un zurujano -cirujano- que se llamaba maestre Juan, que curaba algunas malas heridas aunque cobrando  excesivos precios.
Otro era un medio matasanos que se decía Murcia, que era boticario y barbero, que también curaba.
El tercer personaje que cita  era el soldado Juan Catalán, especie de enfermero y santón, que mientras la generalidad de sus compañeros se curaba con las medicinas al alcance de su mano, él nos las santiguaba y ensalmaba... todas las heridas y descalabradas. Agrega que los indios amigos que a todo padecimiento del cuerpo lo consideraban obra de algún espíritu maléfico, se impresionaron tanto  al verlo obrar así, como un inspirado de los dioses, que iban a él y eran tantos, que en todo el día tenía harto de curar. No nos dice cuál era la reacción de los indios cuando sus tratamientos fracasaban.
En la crónica de Díaz del Castillo también figura la tremenda sífilis y describe patéticamente a un sifilítico que era un funcionario designado por la Corona. Escribe que  era muy viejo y caducaba, y estaba tullido de bubas -manifestación característica del mal-  y, a continuación, agrega un detalle singular que podía ser otra manifestación: estaba tan doliente y ético que le daba de mamar una mujer de Castilla, y tenía unas cabras que también bebía leche de ellas. Es decir, que su debilitado estómago era similar al de un niño de pecho por lo que no aguantaba  otra cosa que leche.

Enfermos, medicos y curaciones en Crónicas de la Conquista. Parte 7

Testimonios de un soldado-cronista

Bernal Díaz del Castillo en su crónica también habla de las pestes que se ensañaban con la humanidad, en aquel tiempo. Nos cuenta de una que a él lo tuvo muy malo de calenturas y echaba sangre por la boca, y gracias a Dios -dice- me curé porque me sangraron. Esto de sangrar era un recurso curativo muy usado tanto por indios como por españoles, juntamente con los ayunos y las purgas.
A veces las enfermedades cruzaron el océano desde España a América, como fue la viruela, originaria del Viejo Mundo, que hizo estragos entre los aborígenes del Nuevo carentes de anticuerpos para defenderse de ella.  Díaz del Castillo menciona otra que llama Mal de Modorra, que se declaró en un navío proveniente de España. Muchos afectados murieron tanto en el trayecto oceánico como una vez llegados a Mexico, y uno de ellos fue  el Lic. Luis Ponce de León, funcionario de la Corona. Bernal Díaz del Castillo cuenta su caso de esta manera: Viniendo del monasterio del señor San Francisco, de oír misa le dio una muy recia calentura y echóse en la cama, y estuvo cuatro días amodorrido... y todo lo más del día y de la noche era dormir; y desde que aquello vieron los médicos que le curaban... les pareció que era bien que se confesase y recibiese los Santos Sacramentos... y después de recibidos... hizo testamento.      
Otro caso similar es el de una nave que llegó de Cuba trayendo sesenta soldados. Nos cuenta el cronista que todos estaban dolientes y muy amarillos e hinchadas las barrigas...; por burlar -comenta- les... pusimos los panciverdetes, porque traían los colores de muertos.

Enfermos, medicos y curaciones en Crónicas de la Conquista. Parte 6

Testimonios de un soldado-cronista

El soldado-cronista Bernal Díaz  del Castillo, integrante de la hueste de Hernán Cortés, también dejó valiosos testimonios sobre temas médicos. Fue un hombre de vitalidad extraordinaria que después de una vida llena de aventuras y riesgos,  a los 84 años, estando ya sordo y con la vista muy disminuida, reunió sus recuerdos de la conquista en una de las crónicas más hermosas que se han escrito: Historia verdadera de la conquista de Nueva España.Los suyos son testimonios de vida muy interesantes porque, entre otras cosas,  nos muestran los padecimientos del hombre de aquel tiempo en general, y del soldado de la conquista en particular.
Nos habla del Mal de llagas y del Mal de lomos refiriéndose a las ulceraciones y dolores que se les producían en hombros y espalda por tanto marchar cargando  armas y pertenencias.
 Habla del hambre que los inducía a comer alimentos que a veces los intoxicaban. De la sed que los enloquecía hasta hacerlos arriesgarse irreflexivamente en busca de agua. Era tanta la sed que tenía –escribe en un capítulo- que aventuraba mi vida por me hartar de agua.  Y agrega que cuando alguno conseguía un poco de ella, lo defendía fieramente porque -dice- [para] la sed no hay ley.
Habla de dientes quebrados por los hondazos de los indios, pero también por masticar  duros granos de  maíz que,  muy a menudo, era el único alimento que tenían.
Se refiere al riesgo de vivir en las que llama tierras dolientes -es decir, malsanas-, como era la costa de Vera Cruz donde permanecieron casi dos meses antes de  emprender la marcha a la ciudad de México-Tenochtitlán, región baja, húmeda y caliente e infestada de mosquitos transmisores de malaria.
Otro padecimiento que menciona  era la falta de sal que sufrieron durante largos días en el trayecto entre Veracruz y la ciudad de México. ¡Y qué decir de los encuentros con los indios de los que todos salían cada cual con su herida! Éstas no sólo entrañaban dolor e incluso la dificultad o imposibilidad de movilizarse, sino también la amenaza  de la infección. Para evitarla las cauterizaban con aceite hirviendo pero había veces que no lo tenían y, entonces, sacaban el unto -la grasa- de un muerto, lo fundían y lo vertían sobre las heridas. Podemos imaginar el sufrimiento extra que esto acarrearía fuera de las feas cicatrices que dejaría.

Enfermos, medicos y curaciones en Crónicas de la Conquista. Parte 5

SIAMESAS

Gonzalo Fernández de Oviedo, primer cronista oficial de la Corona española, autor de la monumental obra Historia General y Natural de las Indias -nombre que por entonces se daba a América- cuenta una historia que nos atrevemos a incluir entre casos de interés médico:
Cuenta que a un joven matrimonio español, residente en la ciudad de Santo Domingo, le nacieron siamesas. Se trataba de un ser  compuesto por  dos cuerpos unidos desde el esternón hasta el ombligo, con dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas. El hecho causó asombro general, pero, curiosamente, antes que despertar una inquietud científica planteó un problema teológico: ese extraño engendro, ¿debía ser  considerado como una sola persona poseedora de una sola alma o como dos personas distintas, cada una con la suya propia?  Esto se  preguntó  el  sacerdote que decidió bautizarlo como si se tratara de  dos personas.
Tal interés despertaban las siamesas que fueron visitadas por una delegación compuesta por autoridades, vecinos, forasteros, religiosos, más el cronista Fernández de Oviedo quien  las analizó detenidamente. Observó que así como corporalmente, en un sector formaban una sola criatura pero, en el resto, eran dos distintas, en su comportamiento actuaban, a veces,  concertadamente, pero, en otras, de manera independiente la una de la otra. Esto avivaba la pregunta: ¿se trataba de una sola persona  o de dos?  
A la semana de haber nacido  las siamesas murieron y un cirujano les hizo la autopsia. Fernández de Oviedo estaba presente y comprobó que el único órgano que compartían los pequeños cadáveres era el hígado, pero notó que éste tenía una línea en el medio, semejante a un esbozo de división. Fuera de él, las siamesas  reunían todas las cosas que en dos cuerpos humanos suele haber... hecho por el cual muy claramente se conocía ser dos personas y haber allí dos ánimas. De esta manera quedó explicado el principal problema que había despertado en la gente de entonces el nacimiento de tan extraño ser.

sábado, 25 de agosto de 2018

Enfermos, medicos y curaciones en Crónicas de la Conquista. Parte 4

Fr. Bernardino de Sahagún escribe que también  había remedios para curar el decaimiento, la obstrucción de lo que llamaban el caño de la orina,  la tuberculosis y la lepra, y respecto a ésta, si los enfermos no respondían al tratamiento, los médicos aztecas tomaban una medida drástica: disponían apartarlos de la conversación de la otra gente porque no se les pegue la enfermedad, hecho que  nos indica la existencia de una suerte de leprosarios.
Un caso interesante es el de la curación de huesos quebrados. Primero se los reacomodaba, luego se los cubría con un emplasto  y se los entablillaba, pero si esto no daba resultado, se recurría a lo que podemos  interpretar como implantación de una prótesis. Leamos lo que escribe el fraile Sahagún: se ha de raer y legrar el hueso encima de la quebradura, cortar un palo de tea que tenga mucha resina, y encajarlo con el tuétano del hueso para que quede firme, y atarse muy bien, y cerrar la carne con… patle. La palabra patle significa veneno por lo cual puede deducirse que se trataba de una substancia  de fuertes propiedades antibióticas.
Otra operación digna de mención vendría a ser de cirugía estética: La cortadura y herida de las narices -escribe Sahagún- habiéndose derribado por alguna desgracia, se ha de curar cosiéndose con un cabello de la cabeza y poner encima de los puntos y herida miel blanca mezclada con sal... y si no hubiere aprovechado la cura..., pondrás narices postizas; lamentablemente, Sahagún no informa de qué material eran esas prótesisLas heridas de los labios también se cosían con cabello de la propia persona.
En esta compilación de datos relativos a la medicina azteca aparece  el tema de las bubas provocadas por la sífilis lo que corrobora la presencia de esta enfermedad, en América,  desde tiempos prehispánicos. Lastiman mucho con dolores -escribe Sahagún- y tullen las manos y los pies, y están arraigadas en los huesos, de allí que sus señas puedan observarse en esqueletos anteriores a la conquista. La medicación recomendada por los médicos aztecas eran brebajes y baños.

Enfermos, medicos y curaciones en Crónicas de la Conquista. Parte 3


El cronista Fr. Bernardino de Sahagún, de la Orden Franciscana, llegó a México poco después de producida su conquista por Hernán Cortés. Impresionado por el mundo azteca, se impuso la tarea de recopilar toda la información posible sobre él para lo cual convocó sabios, informantes varios  y dibujantes aztecas. Compuso un sistema de recopilación de datos que le ha merecido el título de “padre de la Antropología moderna” y el resultado fue su colosal obra Historia General de las Cosas de Nueva España -nombre que Cortés dio a actual México- cuyo capítulo XXVIII está dedicado a la medicina.
Había tratamientos para todos los males del cuerpo, desde la cabeza a los pies, y las medicinas eran generalmente de origen vegetal, incluso el hollín vegetal.
Para el dolor de oído se recomendada el chili o ají picante. Para las cataratas, raspajes de córnea y párpados con dos tipos de raíces ásperas. Para las  nubes de los ojos se usaba una mezcla compuesta de huevo de lagartija, hollín y agua.
También se valían de ingredientes de origen animal -por ejemplo la orina- usada como lavaje para curar la caspa, la sarna y los cráneos descalabrados, además de otros diversos males.

Para el dolor de muelas se recomendaba poner sobre la mejilla emplastos del gusano revoltón que suele criarse en el estiércol, mezclado con trementina.
A la madre que tenía poca leche para amamantar a su hijo se le recomendaba comer asado el vergajo de los perrillos, esto es, el órgano sexual de los pequeños perros chihuahua.

miércoles, 18 de julio de 2018

Enfermos, medicos y curaciones en Crónicas de la Conquista. Parte 2

 MITOS AURANCANOS

Otro dato de valioso interés médico lo hallamos en uno de los mitos  arahuacos, recogidos por el fraile. Es el relativo a los primeros seres humanos que habitaron la isla y a su dispersión por ella:
Cuenta que, originalmente, todos los humanos vivían en cuevas, cada varón con sus mujeres e hijos, pero un día, un joven llamado Guahayona decidió abandonar las cuevas para buscar otro lugar donde vivir. No se fue sin compañía, sino que instó a todas las mujeres de la comunidad a seguirlo, incluso a las casadas que abandonaron esposo e hijos. Partió con su harén y anduvo recorriendo la isla durante un tiempo hasta que, en un momento dado, y quizá porque ya habrían nacido niños que significarían una rémora para su marcha, decidió abandonar a  mujeres y críos, y continuar viaje solo.
Pronto comenzó a extrañar la compañía femenina y creyó hallarla cuando, vagando por la playa, encontró una mujer. Intentó conquistarla, pero sucedía -según escribe Fr. Ramón Pané- que el promiscuo Guahayona estaba lleno de aquellas llagas que nosotros [los españoles] llamamos mal francés. En otras palabras, Guahayona padecía sífilis y Guabonito -que así se llamaba la mujer-  en lugar de ceder a sus requerimientos lo aisló en un lugar apartado hasta que se curó. Después lo abandonó, no sin antes obsequiarle unos talismanes quizá para que conservara la salud.
Este mito -que como todos debió tener alguna raíz en la realidad- es muy interesante porque responde una duda que suele plantearse: ¿Los españoles contagiaron la sífilis a los aborígenes americanos o éstos a ellos? La conclusión a que nos conduce el mito recogido por Ramón Pané es que, a fines del siglo XV, cuando los primero llegaron al Nuevo Mundo, hacía mucho que la enfermedad existía en él, tanto como para estar incorporada  a un viejo mito transmitido por vía oral,  durante generaciones. Por cierto también existía en el Viejo Mundo desde tiempos antiguos, como para que los europeos la identificaran como “Mal francés” o “Mal de Nápoles”. Es decir, que la sífilis era una enfermedad infecciosa difundida por todo el globo desde antes del descubrimiento y conquista de América.
Este valioso dato está corroborado por la Paleontología ya que estudios realizados en algunos cementerios aborígenes,  prehispánicos se han encontrado esqueletos  que muestran lesiones óseas típicas de esa enfermedad.


Teresa Piossek Prebisch

martes, 17 de julio de 2018

Enfermos, médicos y curaciones en Crónicas de la Conquista. Parte 1

EL INFORME DE FRAY RAMÓN PANÉ

En enero de 1494  Cristóbal Colón, en su segundo viaje,  llegó a la isla de Santo Domingo poblada por indios arahuacos, para iniciar por ella la colonización del nuevo continente.  Lo acompañaba un fraile de la Orden de los Gerónimos llamado Ramón Pané a quien encomendó recorrer las aldeas indígenas y vivir con los pobladores para informarse sobre sus usos, costumbres, creencias y tradiciones. Así lo hizo el fraile gracias a que Colón, de regreso de su primer viaje,  había llevado a España algunos de esos indios de los cuales aprendió su idioma. Hecha su recorrida, redactó un informe titulado Relación acerca de las antigüedades de los indios,  primer libro escrito en América, en una lengua europea, y primera investigación etnográfica sobre aborígenes americanos, en la que se compilaba valiosísima información sobre los más diversos temas, uno de ellos el relativo a la Medicina.
En ellos consigna que, entre los indios arahuac -y como usualmente ocurre en las culturas primitivas- la medicina era ejercida por el brujo de la tribu del cual  nos cuenta lo siguiente: El médico está obligado a guardar dieta, lo mismo que el paciente, y a poner cara de enfermo. Es preciso que también se purgue como el enfermo...¿Y con qué se purgaban? Con un polvo llamado cohoba que, además de purgar, provocaba alucinaciones durante las cuales el brujo-médico afirmaba que hablaba  con los dioses.
A veces el tratamiento surtía efecto y el enfermo se curaba pero, en otras, fallecía. En este caso los deudos se comunicaban con su espíritu y si éste les decía que había fallecido por lo que hoy definimos como mala praxis,  atacaban al brujo-médico y lo apaleaban hasta darlo por muerto. Si se enteraban de que había sobrevivido a la golpiza, lo atacaban nuevamente y esta segunda vez -cuenta Pané- le sacan los ojos y le rompen los testículos.

  



lunes, 29 de enero de 2018

Recuerdos de los Años 30. Historia de los Jabones

En la historia menuda bien merece ser incluida la que podemos titular “Historia de los jabones”, exponente de  los progresos con que la ciencia ha contribuido a simplificar las tareas de limpieza doméstica.
De mi primera infancia recuerdo sólo  dos tipos de jabón: el “de pan”  y el “de  manos.” El primero -especie de pequeño ladrillo amarillento- se usaba para lo más variado: lavar la ropa, los platos y las cacerolas, además de para bañar a los perros. Su poder limpiador era tal, que las manos de quien lo usaba quedaban resecas después de hacerlo pues arrasaba con la más mínima grasitud natural de la piel. Aprovechando ese poder, cuando en la ropa había una mancha muy rebelde, se hacía lo siguiente: sobre ella se untaba una abundante cantidad de jabón y se la exponía al sol, preferentemente si era el fuerte del mediodía o el de la siesta. El resultado era óptimo pues la combinación de jabón de pan más el Febo tucumano era incontrastable y la mancha desaparecía. Debía ser verdaderamente irremediable para que no lo hiciera.
El segundo jabón, el de manos,  era más fino y  limpiaba la piel sin resecarla. Con él nos lavábamos manos, cara, cuerpo y también la cabeza;  en este caso para evitar que quedaran restos jabonosos en los cabellos, se recurría a un método muy sencillo: hacer el enjuague final con agua a la que se había agregado una generosa cucharada de vinagre. 
Un día apareció una novedad en la limpieza de los utensilios de  cocina: el jabón en polvo. Se llamaba Puloil y venía en un envase tubular semejante al de las pelotas de tenis. A mí me fascinaba la etiqueta que representaba la figura de un cocinero con su tradicional, alto gorro blanco, que muy sonriente y orgulloso mostraba una sartén recién bruñida con el novedoso polvo. Tan reluciente había quedado, que su superficie parecía un espejo, tanto que en él se reflejaba la imagen de un gato travieso que se había trepado a la mesada de la cocina.
A partir de entonces las novedades sobre el rubro jabones se multiplicaron. Surgieron el shampú para lavarse la cabeza,  el jabón en polvo para lavar la ropa al que siguió el jabón en escamas  de marca Lux,excelente para las prendas finas.
¡Y un día, -en plena “Era espacial”-  apareció el  “Detergente” maravilla química que facilita tanto la rutinaria faena doméstica de limpiar!

                                                        Teresa Piossek Prebisch